Bacurau

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Hora de cortar cabezas

Bacurau (2019) es una de las películas más sorprendentes y ambiciosas que haya dado el cine latinoamericano en mucho tiempo, una especie de weird western que retoma la violencia alegórica de Alejandro Jodorowsky y Nicolas Winding Refn y sobre todo la estructura de Los Siete Samuráis (Shichinin no Samurai, 1954), de Akira Kurosawa, con el objetivo manifiesto de repensar el accionar de la basura política neoliberal actual -tan devastadora como gatopardista, siempre tendiente a modificar dos o tres pavadas para que todo siga igual o empeore paulatinamente- en sus dos vertientes principales, la mafiosa clásica adepta a los negociados símil Jair Bolsonaro o el macrismo argentino y su homóloga caudillista cleptocrática en sintonía con algunos payasos del Partido de los Trabajadores o las mil caras del peronismo y/ o kirchnerismo. Esta fábula acerca de la desigualdad siempre creciente en las sociedades del cono sur, aquí empardada literalmente a un exterminio, se centra en el pueblito del título, una comarca inhóspita y agreste del sertón brasileño que luego de la muerte de la nonagenaria matriarca del lugar, Carmelita (Lia de Itamaracá), ve cómo desaparece el mismo poblado de los mapas, se dan cita unos misteriosos drones sobrevolando el cielo y comienza a recorrer la zona un par de motociclistas asesinos en atuendos ultra coloridos, João (Antonio Saboia) y Maria (Karine Teles), quienes masacran a toda una familia y hasta a los testigos de ocasión que encontraron el tendal de cadáveres.

A partir de este catalizador narrativo, asimismo vinculado a la visita del execrable alcalde del Municipio de Serra Verde, Tony Junior (Thardelly Lima), un engendro maquiavélico en plena campaña de reelección que deja en el suelo de Bacurau en calidad de “donaciones” un montón de libros usados, ataúdes y comida y medicamentos vencidos desde hace meses, incluso siendo el máximo responsable de que la comarca no cuente con agua potable por autorizar el bloqueo de las compuertas de una represa que obliga a los locales a recorrer seis kilómetros todos los días hasta un río cercano con un camión cisterna, el film edifica un relato coral que en primera instancia gira alrededor de determinadas figuras del poblado, como por ejemplo Teresa (Bárbara Colen), la encargada de traer suministros desde lejos como vacunas, Pacote (Thomas Aquino), un gánster​ reformado y novio de la anterior que aparece fusilando a diversos palurdos en un video viral, Domingas (Sônia Braga), la única médica del lugar y una alcohólica de carácter agitado, y Plinio (Wilson Rabelo), el maestro del colegio que descubre la invisibilización del caserío. El foco de la trama a posteriori pasa a expandirse mediante la presencia en primer plano del grupo de mercenarios al que responden João y Maria, un colectivo soberbio, racista y psicopático que está encabezado por Michael (Udo Kier), quien controla a este grupito de norteamericanos adeptos al gatillo fácil y con la evidente misión de eventualmente eliminar a todos los habitantes de Bacurau.

Siempre recibiendo enigmáticas órdenes a través de audífonos blancos, los sicarios castigan con la muerte a sus dos colegas brasileros aparentemente por haber revelado el accionar del pelotón con los asesinatos y se lanzan a una cruzada que tendrá su respuesta por parte de los locales, los cuales a su vez recurrirán para protegerse al tremendo Lunga (Silvero Pereira), el jefe de una banda de marginados que se encuentra escondido por haber atacado a los guardias que controlan la represa de los amigos del capitalismo confiscatorio de Tony Junior. Con detalles adicionales como la aparición de agujeros de bala en el camión cisterna y el bloqueo masivo de celulares para redondear el aislamiento en relación al exterior social, la historia nos presenta el enfrentamiento entre las fuerzas imperialistas y sus socios vernáculos por un lado y unos nativos que tratan de sobrevivir como pueden por el otro, planteo que remite tanto a la mancomunión solidaria/ defensiva del film de Kurosawa como a la proverbial cacería humana de El Malvado Zaroff (The Most Dangerous Game, 1932), amén de cierta presencia conceptual de las matanzas de indígenas del western crepuscular cortesía de aquellos “representantes institucionales” -tan blanquitos y uniformados como brutales y etnocentristas- de Cuando es Preciso ser Hombre (Soldier Blue, 1970), Pequeño Gran Hombre (Little Big Man, 1970) y Un Hombre Llamado Caballo (A Man Called Horse, 1970), sin duda la trilogía por antonomasia de las arremetidas colonialistas estatales.

La película fue dirigida y escrita por Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, el primero responsable además de las interesantes Sonidos Vecinos (O Som ao Redor, 2012) y Aquarius (2016), dos opus que también exploraban la cultura de la alienación, el miedo y la corrupción generalizada de Brasil y América Latina en su conjunto, un esquema que aquí se vuelca todavía más hacia un realismo psicodélico enmarcado en las imprecisiones en cuanto al período en el que transcurre la trama -sólo sabemos que es en un futuro cercano- y las peculiares costumbres de los aldeanos, como por ejemplo sus ritos funerarios y el hecho de drogarse una y otra vez con diminutas delicias del reino vegetal. Sin llegar a ser perfecta, especialmente debido a una duración excesiva que podría haberse reducido un poco, Bacurau examina los mecanismos del sometimiento interno/ externo haciendo hincapié en los fetiches del poder hiper concentrado contemporáneo como la crueldad, la vigilancia, el acecho progresivo, el sicariato, el hambre general, la aislación y el olvido social/ económico/ cultural, las masacres semi al azar y como “prueba” de dominio, la explotación del medio ambiente, el delirio paranoico, la psicopatía militar y paramilitar, las mentiras de los políticos de derecha, el racismo de siempre y la colección de barbaridades que los asalariados de turno son capaces de cometer con tal de satisfacer el capricho voraz de los conglomerados económicos y financieros que controlan a las patéticas democracias de nuestros días, eternamente presas de los medios de comunicación y el marketing más fraudulento y ridículo. Lo mejor del opus que nos ocupa, más allá del glorioso entramado retórico y la inconmensurable participación de luminarias del séptimo arte como Sônia Braga y Udo Kier, es la solución que propone entre esa generosa dosis de gore y cuerpos desnudos, léase el cortar las cabezas de todos los usurpadores y represores cuanto antes…