Baaria. Las puertas del viento

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

El niño, el trompo y la mosca

Hay muchas formas de repasar la historia de un país y estilos cinematográficos para evitar el recuento sumario de situaciones o acontecimientos específicos. En primer lugar elegir el punto de vista condiciona determinados resultados que no siempre son los más interesantes para el público. Pero si a eso se le suma una fuerte presencia de la autobiografía del autor, el peso de la nostalgia es mayor que el de la historia en sí misma y la significancia entonces empieza a tener menos fuerza. Baaria, las puertas del viento es quizá la película más ambiciosa de Giuseppe Tornatore y por ese motivo la más irregular.

En primer término, el director apela a un relato demasiado digresivo que busca resumir un periodo importante de historia italiana que va desde 1930 a 1980 a partir de la presentación de una familia siciliana (oriunda de Baaria su pueblo natal) a lo largo de tres generaciones. Así, padre, hijo y nieto serán los principales referentes y protagonistas de una trama que acumula viñetas para hablar de la infancia dura en una comunidad rural; de las primeras incursiones del fascismo y su contrapartida con el comunismo y el paulatino proceso de deterioro de un pueblo atravesado por una crisis económica luego de las guerras y su progresiva pérdida de identidad hacia el futuro. A esa primera capa narrativa se le yuxtapone una historia de amor; una atmósfera semionírica ‘alla Fellini’ sin tanto vuelo poético y con alegorías obvias y otra prácticamente lírica y operística, sumándole la carga cinéfila desde el cine mudo, pasando por el neorrealismo, en complicidad constante con el espectador.

La grandilocuencia en determinados segmentos con escenas de movimiento de masas propone un espectáculo visual atractivo donde el director de Cinema Paradiso realmente se luce. No así cuando busca insuflarle dosis de humor a ciertas situaciones dramáticas y mucho menos aún cuando recurre desde el guión a la galería de personajes variopintos sin verdadero peso en la trama, como por ejemplo caer en el facilismo del ciego que es director de urbanización para remarcar la corrupción política o aquel que pretende comprar dólares en la plaza del pueblo cada vez que aparece un político con un discurso. La tibia crítica política a la izquierda y sus contradicciones permanentes es uno de los aspectos más débiles de un guión irregular y reiterativo.

Por otro lado, la omnipresencia de la banda sonora del genial Ennio Morricone (colaborador incondicional de Tornatore) por momentos desentona con las imágenes y no guarda una relación directa con los 150 minutos que dura la película.

Las frías cifras del presupuesto indican 25 millones de euros para 25 semanas de rodaje y 122 locaciones en las que interactúan 215 personajes. La pregunta incómoda al ver el resultado final es: ¿valía la pena?