Baaria. Las puertas del viento

Crítica de Laura Otero - Every thursday to the cinema

Tornatore se dio el gusto de filmar una película con un costo de 25 millones de euros y un despliegue monstruoso. Al igual que en Cinema Paradiso, vuelve a retratar la infancia, la juventud y la adultez desde una óptica muy particular; donde son constantes los recuerdos de su propia vida en Baaría, donde residió hasta casi sus 30 años.

Giuseppe Tornatore es un cineasta del pasado. Sus películas cumplen también el lugar de memorias, de testamento. Es autobiográfico, lo vimos hace 20 años con Cinema Paradiso, y lo volvemos a ver ahora con su última película. Su infancia en Sicilia, su lugar de nacimiento, marca su filmografía de principio a fin; se nutre de su propia historia. Toma lo que necesita y después moldea como un artesano del guion y la cámara.

Guiseppe Tornatore es también un cineasta de la nostalgia. Anhela ese pasado que no va a volver y para satisfacerse lo recrea una y otra vez. Desde distintos puntos de vista, distintas partes de la misma historia; repitiéndose en su mente camino a un loop infinito.

Baaría es una película que separa personas como capítulos, y capítulos como historia de la bella Italia. Primero esta Cicco el padre de la familia Torrenuova en los años anteriores al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, lo sucede Peppino, su hijo menor. Con Peppino se desarrolla la mayoría de la historia, desde el inicio de la guerra hasta los ’80, atravesando el periodo fascista con una particularidad; tanto Peppino como su padre y su hermano son comunistas, pero él en particular destaca dentro del partido y constantemente busca abrirse paso y salir adelante.

En paralelo a esto, vemos otra marca de Tornatore, una historia de amor entre Peppino y Mannina. Constantemente se cruzan en la pantalla la política, con el amor, la pobreza y la enfermedad; son parte de un todo en la vida del protagonista y también del director.

Esta película es un autorretrato, por momentos pesa su duración, lo que en una película de más de dos horas no sorprende. Sin embargo los colores, la calidez y la frescura que recrea Tornatore son algo que hace que valga la pena sentarse en la butaca.