Baaria. Las puertas del viento

Crítica de Emiliano Basile - EscribiendoCine

Los recuerdos de Tornatore

Baarìa, las puertas del viento (Baarìa: La porta del vento, 2009) es muchas cosas. Es la película más cara del cine italiano -costó 35 millones de dólares- es la candidata al Oscar extranjero representando a Italia, es el film de apertura del pasado festival de Venecia y una autobiografía de Giuseppe Tornatore -su director- en un colorido retazo de la historia italiana a través de los recuerdos sobre su pueblo natal (Baarìa) cargados de sueños, fantasías e ideales comunistas.

La película es una sucesión de recuerdos transformados en curiosas y pintorescas anécdotas que Giuseppe Tornatore ordena cronológicamente a partir de reconstruir su infancia en el siciliano pueblo de Palermo Baguería, apodado Baarìa. La historia cuenta la vida de la familia de Peppino Torrenuova (Francesco Scianna, álter ego del director) desde la Segunda Guerra Mundial hasta la década del setenta, aunque no haya un anclaje temporal específico en el filme.

Baarìa comienza con una serie de “anécdotas” que describen el costumbrismo del pueblo y los habitantes del mismo, que para el caso son la misma cosa, partes de un tiempo y un espacio fantástico que viven dentro de la memoria. Anécdotas separadas por fundidos a negro, marcando su valor intrínseco, independientes de los sucesos que las encadenan. Sin embargo Baarìa no desestima jamás su intención narrativa en su estructura general.

Tornatore utiliza una serie de recursos para expresar el carácter alegórico de lo descripto. Uno es la representación como elemento ideal que construye las imágenes “memorables”: el cine, la cámara de fotos, la pintura en la iglesia. Otro son las miradas que marcan elipsis temporales que permiten el pasaje de la infancia a la adultez de los personajes. Pero, y quizás el elemento más destacado, son los ideales como motor de la vida. No sólo los ideales comunistas que el personaje de Peppino defiende a raja tabla, sino los ideales entendidos también como las creencias, ya sean místicas, religiosas, políticas, o populares. Son el motor de los protagonistas y la pulsión de sus vidas.

En su autobiografía el director empapa los sucesos de ese realismo mágico, de esas ilusiones sin las cuales todo carecería de sentido. Por eso, parece decirnos, sería un sin sentido contarnos la historia como realmente fue, perdería “la ilusión” de recordarla. Y la representación, en este caso la película como dispositivo cinematográfico, no es más que una fábrica de ilusiones. A ella asistimos en todo su esplendor con Baarìa.