Azor

Crítica de Ignacio Dunand - El Destape

Thriller sutil que incomoda a paso lento pero seguro

La ópera prima de Andreas Fontana propone una historia macabra sobre un banquero de Ginebra, Suiza, y sus vínculos con la clase alta argentina durante la última dictadura cívico militar.

El cineasta suizo Andreas Fontana llega a las salas argentinas con Azor, su ópera prima en la que parte de la historia de un banquero de Ginebra, Suiza, y sus vínculos con la clase alta argentina durante la última dictadura cívico militar. Un debut prometedor de un realizador que sabe construir climas asfixiantes.

Corre 1980 y Yvan De Wiel, un banquero privado de Ginebra del más alto nivel, viaja a Argentina en plena dictadura militar para reemplazar a su socio, objeto de los rumores más inquietantes, al desaparecer sin dejar rastro. Entre salones lujosos, piscinas y jardines bajo vigilancia, se instala un duelo a distancia entre los dos banqueros que, a pesar de sus métodos diferentes, son cómplices de una misma forma de colonización discreta y despiadada. Yvan se deja llevar por impulsos capitalistas, ajeno a los horrores que transita la Argentina de ese momento, lo que aporta logradas pátinas de oscuridad al personaje.

Azor es, ante todo, una película de sutilezas y silencios incómodos. No hace del thriller un espectáculo, sino que elige modos más delicados y menores para profundizar en la trama. Y esto no siempre le calza a la medida: por momentos la historia se ralentiza y se enfrasca en su propio juego de códigos.

El punto más fuerte del filme es la culminación, la gran revelación que desentraña aquello que nadie dice y todos sospechan. Durante ese tramo final, Azor es arriesgada y refuerza su mirada de escaparle a la norma de las películas convencionales sobre la temática, ofreciendo trucos nuevos muy ingeniosos.