Azor

Crítica de Gabriela Mársico - CineramaPlus+

El filme Azor (2021), dirigido por el suizo Andreas Fontana, escrito en colaboración con Mariano LLinás, recrea una faz poco transitada en el cine de la dictadura cívico militar. Se introduce en el corazón de las tinieblas de las clases altas y muestra la fuga de capitales y los turbios negocios que se tejen entre militares y alta burguesía. Lo hace a través de los ojos de Yvan De Wiel, representante de la banca privada suiza que llega al país en plena dictadura en reemplazo de su socio Keys, desaparecido de un día para otro, para seguir haciendo negocios…

EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

Yvan De Wiel (Fabrizio Rongione) proveniente de Ginebra llega a Buenos Aires con el fin de reemplazar a Keys su socio que ha desaparecido sin dejar rastros como si se lo hubiera tragado la tierra. A simple vista, Yvan parece un hombre sobrio, lacónico y algo pusilánime en contraste con su antiguo socio Keys, apreciado por sus muchas virtudes, alguno de sus clientes dará su impresión, “tanto talento y semejante caída”, por lo que podemos intuir un final trágico. Su mujer Inés (Stéphanie Cléau) hace a la vez de asesora y consejera, “Mi marido y yo somos solo una persona, él”. Leerá e interpretará a los personajes con los que se irán relacionando, sugerirá actitudes y hasta vestuario para cada ocasión. Lo que hace pensar en una hipocresía creciente bajo la que se parapeta la clase alta. Nadie habla de sus verdaderas intenciones. Todos usan una máscara, se refugian en el silencio y en la sugerencia. Lo que va creando una atmósfera corrosiva de vaguedad e incertidumbre que irá creciendo a medida que la narración avance. Como si todo el relato estuviera cifrado en el conocido understatement, se dice menos de lo que en realidad se quiere decir. O la teoría del iceberg de Hemingway, que sólo permite ver apenas la punta de la totalidad de lo que permanece sumergido. Se sabe que una regla de oro del poder es que domina a través del silencio o diciendo menos de lo que se espera que diga. El itinerario de Yvan se transformará en un viaje al interior del mal, encarnado en cada uno de los personajes con los que se encontrará, al estilo de la novela de Conrad, El corazón de las tinieblas.

Por eso mismo, la clave del relato la encontraremos en su título, Azor, cuidado con lo que decís. El núcleo de la historia residirá en lo que está elidido, en términos cinematográficos, con el fuera de campo que el espectador deberá reconstruir. Lo que no se ve, todos los puntos ciegos por los que se nos escapa la historia. Y en términos narrativos, la clave estará dada con aquello que no está, lo ausente, los desparecidos Keys y Leopolda, cuyos nombres quedarán flotando en el ambiente, cada vez que sean evocados, convirtiendo la atmósfera en algo cada vez más agobiante y espeso. Leopolda, veremos un bellísimo plano fijo de ella montada a caballo, es la hija desaparecida -por cuestiones políticas- de un rico estanciero que, en un rapto de locura o desesperación, le confiesa a De Wiel que desea abrir una cuenta a su nombre, sin que se enteren sus hermanos…

La intriga, que se va abriendo en círculos, por momentos va creando un juego de espejos, en el que desfilarán personajes tan tenebrosos y funestos como los tiempos que se viven en aquel entonces. Aparecerá Tatoski, un sórdido y fantasmal obispo, en el Círculo de Armas, que en medio de una charla con De Wiel, lo conminará a actuar, con un “seamos codiciosos”, alentándolo a hacer una inversión muy arriesgada en términos financieros. El abogado Farrell o el inescrupuloso empresario Deckerman que quieren pertenecer a la alta sociedad ejerciendo su poder sobre De Wiel con un trato intimidante. O el militar retirado que se dedica a la exportación de cueros, cuya mujer intercala el español y el francés con inusitada soltura, como si alternando lenguas encontrara un punto de fuga que le permitiera despegarse de su agobiante presente. Hablará sobre el país como un coto de caza, “nos persiguen como si fuésemos conejos”, dirá. De hecho, será su hija, la que ponga al descubierto en un comentario en medio de una reunión en una piscina, sobre la desaparición de un hombre y la de todos sus bienes, incluidos sus caballos. Lo que deja ver a las claras que las clases altas estaban bien informadas y al tanto de lo que estaba pasando.

No asombra que los miembros pertenecientes a la alta burguesía comiencen a inquietarse, incluso a estar alertas frente a la amenaza constante del avance implacable de las fuerzas de seguridad sobre la población. Se sabe que para principios de los ochenta la mayor parte de los subversivos habían sido aniquilados, con lo que los militares aún contaban con una estructura represiva montada y bien aceitada que podía alzarse, como sucedió, contra los ricos empresarios, sobre todo banqueros y financistas, que consideraban sospechosos de financiar subversivos, con el solo fin de desapoderarlos de sus bienes.

Azor registra no sólo los valores, las formas de hablar y de actuar, el decorado exterior de una época, sino el modo de ver el mundo, es decir, nos muestra una visión del mundo de aquella clase alta algo venida a menos, dispuesta a reacomodarse o a reinsertarse dentro de ese nuevo orden social, el régimen dictatorial más sangriento de la historia argentina, cuya matriz se basaba en la sustracción no sólo de vidas humanas y de bienes, sino de la misma historia “otra desaparecida” que iba siendo meticulosamente borrada o destruida.

Acaso no sorprenda la transformación de De Wiel, que sigue a la perfección el arco dramático que recorre de punta a punta, partiendo de la ignorancia o de la prudencia, mostrándose callado y renuente a hablar en recepciones, galas y fiestas, hasta hacerse de una sagacidad tan rapaz como el azor del título, que también es un ave de rapiña, porque lo más probable es que no se trate de una transformación del personaje sino de una revelación. Una epifanía, es decir, que se echa luz en ese interior que permanecía oculto y que finalmente queda a la vista al haber sido develado. Yvan, al igual que el personaje de Marlow en el relato de Conrad, se irá internando en la espesura de una jungla, tanto física como espiritual, acercándose así a ese corazón de las tinieblas que no es otra cosa que el mal, o en términos de Marlow, el horror…