Axiomas

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

En una escena de Axiomas, ópera prima de Marcela Luchetta, la abogada ambientalista Isabella Ribero (Luz Cipriota) conversa con Eulogio (César Bordon), un nativo de la región patagónica sobre la definición del concepto de axioma. “Un axioma es una verdad irrefutable, como por ejemplo que el agua es un derecho de todos”, explica Isabella a su interlocutor. Y justamente Axiomas es el nombre de una ONG internacional, dedicada a garantizar el agua en el mundo, cuyas actividades se extienden desde el Sahara hasta la Patagonia argentina. En ese discurso algo explícito se dirime la vocación de la película, que busca poner sobre el tablero los intereses que se juegan en relación a los recursos naturales: los de las empresas que los explotan, los del Estado que los administra, y los de los individuos que dependen de ellos para su existencia.

Luchetta sienta las bases en la limpieza de su puesta en escena: todo debe ser claro pese a que la trama debe dar cuenta de ambiciones a menudo opacas. La presentación del lugar se da desde tomas aéreas con drones, el guion sitúa a cada personaje en su esfera de acción, los diálogos traducen esa vocación didáctica y con aires de internacionalismo. El inicio muestra la llegada de Isabella a su ciudad natal, con el propósito de investigar los efectos contaminantes de una mina explotada por la compañía Ventisquero Alto. Pese a las acusaciones y los juicios iniciados por los damnificados, el gobernador Octavio Ribero (Jorge Marrale) ha decidido renovar la concesión a la empresa, guiado por los supuestos beneficios que trajo para el desarrollo económico de la provincia. Octavio no es otro que el padre de Isabella y en su disputa pública, estudio de televisión mediante, también se juegan los asuntos privados de la familia.

La estructura de Axiomas aspira a hilvanar una pesquisa sobre los verdaderos responsables de la contaminación, siguiendo las investigaciones de Isabella, improvisada detective, con ayuda de algunos lugareños y sorteando los obstáculos que asoman en el camino. En ese encuentro con la población nativa –una médica que intenta convivir entre sus raíces autóctonas y el ejercicio de la ciencia; el propio Eulogio y la comunidad originaria que lo rodea-, la película no puede escapar de los trazos gruesos y las exposiciones literales: diálogos artificiales, cierto pintoresquismo en el abordaje de la naturaleza, explicaciones que aclaran cualquier ambigüedad de la acción. La metáfora más evidente del regreso de Isabella al hogar es la del cóndor, reinsertado en su hábitat y convertido en el leitmotiv de ese círculo argumental que se cierra sobre sí mismo.

Si bien son válidas las intenciones de la directora y comprometidas las actuaciones, hay algo en el tono de la película que la aleja de los interrogantes que pretende instalar. Ese intento de sortear verdades absolutas y buscar más allá de las máscaras que portan la mayoría de los actores sociales en ese territorio en disputa –que no es solo el de la minería- se contradice con una historia de poca espesura dramática, conducida de manera mecánica mediante frases hechas y musicalizada como un spot publicitario.