Avenida Cloverfield 10

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

La irrupción de lo extraordinario

A pesar de sus rutilantes apariciones como director (la industria le confió el relanzamiento de franquicias de fuste como “Star Wars”, “Star Trek”, y “Misión: Imposible”), J.J. Abrams saltó a la fama como creador y showrunner televisivo, desde “Felicity” y “Alias” al batacazo de “Lost” donde empezó otra forma de ver televisión. Durante la andadura de la serie se lanzó a producir una cinta fuera de todos los esquemas, como lo fue “Cloverfield”, de Matt Reeves (cocreador de “Felicity”, ahora al frente de la franquicia de “El planeta de los simios”). Para quienes no se acuerden, se trató de una de las películas emblemáticas del found footage (metraje encontrado), y la última de found tapes (ya que su estructura narrativa se basaba en la sobregrabación de una cinta ya usada), en la que veíamos el ataque de una especie de Godzilla a Nueva York, pero desde la perspectiva de unos amigos que tienen que tratar de escapar, camarita en mano, así que todo está más sugerido que mostrado.
Entre aquella producción y “Avenida Cloverfield 10”, que la homenajea y es considerada “sucesora espiritual” de aquélla del monstruo, Abrams se metió en la multitarea (escribir, dirigir y producir) de hacer la pequeña y querible “Súper 8”, donde tuvo a Steven Spielberg, el padre de “Los Goonies”: es que la historia era un homenaje goonie, mezclada con elementos del espacio exterior, que tampoco se veían claramente.
Podemos deducir que hay una “autoría productorial” en Abrams, donde parece expresar más una impronta personal, cuando su trabajo de grandes franquicias le permite hacerlo, y de paso le da lugar a nuevos talentos: acá lo hace con el debutante Dan Trachtenberg detrás de la cámara y los escritores Josh Campbell y Matthew Stucken, ayudados en el guión final por Damien Chazelle (el ascendente creador de “Whiplash”).
Pero, ¿cuál sería el eje de esa línea de trabajo? Algunas puntas ya tiramos. Por un lado, historias que rompen los esquemas, aunque jueguen con elementos y géneros ya transitados por el cine; quizás forzando límites y fronteras. Por otro lado, la intromisión de lo extraordinario en lo cotidiano, con el correspondiente impacto para la vida de los protagonistas. Y en tercer lugar, “eso” extraordinario retratado de manera parcial, sugerida, omitida o demorada hasta el final, para que lo más importante sea la vivencia de los protagonistas (“La muerte estaba allí: no en el muerto, ni en el matador. La muerte estaba en la cara del barbero que la vio”, diría Eduardo Galeano).
Volviendo a los géneros, “Avenida Cloverfield 10” son varias películas en una, a veces en yuxtaposición y después en cambio brusco de registro. Si tuviésemos que imaginar la consigna de partida, sería más o menos ésta: ¿qué pasa si caemos en las garras de un psicópata que tiene razón en su visión de las cosas? O de otra manera: ¿qué pasa si se viene el Apocalipsis en un mundo donde ya pasan cosas malas?
Apocalipsis personal
La secuencia inicial es un prolijo retrato a nivel edición (con buen apoyo en la música de Bear McCreary) de una pequeña tragedia cotidiana: una chica, que después nos enteraremos que se llama Michelle, está dejando el departamento que comparte con su novio Ben (dato curioso: la voz en off del abandonado pertenece a Bradley Cooper). Las llaves, el anillo, todo parece quedar atrás. Unas pertenencias, sus diseños de indumentaria, una buena botella de whisky y poco más para largarse a la carretera.
La ruta siempre es un lugar ominoso, y allí termina pasando un accidente. Michelle se despierta encadenada en una especie de celda, hasta que se presenta Howard, un supervivencialista que dice que la salvó tras el choque y la llevó a su búnker para protegerla de “un ataque”, que no sabe si es nuclear o químico, si viene de los rusos, los coreanos o los extraterrestres. Claro, la vida de un supervivencialista es así: estar preparado para el Armagedón, aun sin saber de dónde salió. Pronto aparece Emmett, un campesino que ayudó a construir el búnker y ante ciertas señales decidió que era bueno tratar de meterse adentro.
Sin “quemar” mucho la historia, podemos contar que los huéspedes se empiezan a enfrentar a una disyuntiva: Howard parece no ser el buen samaritano que aparenta, pero al mismo tiempo es probable que tenga razón y afuera el mundo sea inhóspito. ¿Quedarse o salir? ¿Cuál opción es más peligrosa?
Lo nuevo y lo conocido
La realización nos lleva a lugares conocidos: las vistas aéreas de la carretera, entre bosques y sembrados, propias de muchas cintas de terror; el despertar encadenado en la línea de “El juego del miedo”; el lunático que termina desencajándose, como en “El resplandor”; la heroína moviéndose por ductos de ventilación, como la Ripley de la saga “Alien”; y algún fetiche personal (tener a la protagonista descalza durante el 80% del metraje, con un posible error de continuidad), también asociable al thriller.
Podríamos pensar que los 103 minutos de duración se dividen por cuartos más o menos simétricos, con un clímax al final del tercero y con el cuarto conformando otra película aparte. Ahí irrumpe lo desconocido, en toda su dimensión, y nos serán dadas varias (algunas) respuestas, junto con algunas intertextualidades a otras experiencias cinematográficas (que, de nuevo, no contaremos para no seguir spoileando a nuestro lector).
Podríamos bromear con que el veterano John Goodman es un actor grande, o de peso; pero el que se encarga de salir de la humorada es él mismo, con su ductilidad. Acá lo vemos en uno de sus registros más oscuros, entre el arrebato y la contención, y sabe sacarle provecho a esa figura imponente. Del otro lado está Mary Elizabeth Winstead, que se pasó la vida haciendo de scream queen en muchas cintas de terror, así que sabe sufrir y enfrentarse a situaciones límite. Completa el equipo John Gallagher Jr., como Emmett, aportándole humanidad al personaje secundario del trío (también gracias a que le escribieron una escena para que la aproveche).
Si hay un mundo “Cloverfield”, es el nuestro: siempre estamos a tiempo de levantarnos por la mañana en nuestras simplonas vidas, sin saber que lo extraordinario puede salir a nuestro encuentro.