Avenida Cloverfield 10

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

Apocalipsis en el sótano

El clima agobiante y asfixiante que logra un director debutante se combina con el thriller psicológico.

Thriller psicológico, drama pos apocalíptico, juego de desconfianzas con personajes al límite. Avenida Cloverfield 10, opera prima de Dan Trachtenberg, es todo eso. Y lo es de un modo inusual. Su suspenso, enigma y dudas se apoyan en actuaciones que tocan el límite de lo interpretativo, en escenas de un misterio claustrofóbico que convierten a ese búnker en un espacio de videogame en el que buscamos salidas. Desnudemos la trama, para saber de qué hablamos.

Cuando Michelle (Mary Elizabeth Winstead) despierta tras sufrir un accidente con su auto teme haber sido secuestrada. Lo evidencia su grillete, su teléfono sin señal, y sus heridas curadas de manera casera. Entonces aparece en escena Howard (John Goodman), su captor, que construyó es refugio subterráneo para sobrevivir al apocalipsis. Dice ser un ex marine que llevaba años preparando su búnker para un momento como este, en el que un terrible ataque de “rusos o alienígenas” con armas químicas acabara con toda posibilidad de vida. Michelle sólo quiere escapar.

Pero la trama va dando giros, y un tercer protagonista entra en escena, el bueno de Emmet (John Gallagher Jr.), crédulo de la historia de Howard. A partir de allí vemos a tres personas encerradas en un sótano, actores de un juego que jaquea la noción de verdad, de confianza y del propio razonamiento. Pistas reales y actitudinales hacen que la intriga crezca en ese encierro con reglas propias.

La conexión evidente y buscada que esta historia tiene con la exitosa Cloverfield (2008) es también un juego (J.J. Abrams produjo ambas). Este es un personalísimo ensayo de la asfixia, con logrados planos de interiores, luces mortecinas y parpadeantes, pero sobre todo ingenio, para hacer del thriller un juego que lleva al espectador a cuestionarse su lugar tanto como el de los protagonistas. Quizá lo más débil esté en ciertos diálogos exageradamente epifánicos, que apelan a ese momento de revelaciones inconsistentes. Pero prima la sorpresa, la intriga y el goce que provocan Goodman y Winstead poseídos por su papel.