Avatar

Crítica de Pablo Planovsky - El Ojo Dorado

¿El rey del universo?

James Cameron hundió el Titanic, inmortalizó a la teniete Ripley, convirtió a una máquina en un ser (bueno, casi) humano, levantó el escote de Jamie Lee Curtis y mostró una criatura CGI como un alienígena de las profundides. Se llevó varios Oscar, y actualmente (sin ajustar la inflación) se da el lujo de tener a su (ante)última película como la más taquillera de la historia. Bien. Haciendo una revisión de su trabajo pasado, no caben dudas de su maestría para entretener. Se podrá criticar, por ejemplo, la historia romántica entre el pobre y la rica de Titanic, pero el despliegue visual y la energía que pone el director en pantalla, la convierten en un gran entretenimiento. Con esto quiero sintetizar: el acierto del director es disponer de tecnología avanzada y crear una montaña rusa totalmente divertida. No es poca cosa: hay que saber filmar la acción, y hay que saber manejar presupuestos desorbitantes.
Es así, que en épocas donde el 3D resucita para combatir la crisis financiera (y una crisis que viene afectando al cine desde hace rato: la piratería) pero dista de ser algo esencial para la película en sí (es un artilugio más de marketing que otra cosa, salvo películas que lo utilicen de manera sútil e inteligente, como Up) Cameron decide probarse una vez más y demostrar que es el rey del mundo en tres dimensiones. Como diría Roger Ebert, las películas ya tienen 3 dimensiones, sin necesidad de anteojitos.
James Cameron se pasó 15 años elaborando la historia que, según él, iba a ser la revolución del cine moderno. La que iba a marcar un antes y un después. Después de haber visto la película, no tengo dudas que Avatar es toda una proeza técnica: los efectos visuales son maravillosos, y se llevarán el (los) Oscar. Pero en cuanto a la originalidad de la historia...
La cosa es así: Jake Sully (Sam Worthington, Terminator: La salvación) es un marine discapacitado, que llega a Pandora, un planeta extraterrestre, de abundante y letal vegetación para el hombre. Digamos que el ecosistema de Pandora, además de ser una maravilla visual, con animales enormes y diminutos, es una maravilla creativa. Los efectos de las hojas, cercanas a la cámara, en 3D, no distraen: al contrario, uno se siente aún más inmerso en esa selva. Se nota que hay una gran elaboración detrás de todo este mundo (incluso, los nativos, los na'vi, tienen un lenguaje propio). Algo así como un Tolkien menor, se deberá sentir Cameron. Menor, porque si bien los animales, por ejemplo, son notables, al rato ya se repiten y son el deus ex-machina para el climax de turno.
Ok, sigo con la historia: El marine tiene la oportunidad de controlar un avatar, un na'vi artificial. Un grupo de científicos y guerreros buenos (la heroína del cine de acción, Sigourney Weaver, y la chica ruda, simpática, linda y varonil de turno, Michelle Rodriguez, entre otros) quieren que Jake se infiltre entre los na'vi para, claro, investigar sobre su vida. Pero la realidad es que los financistas del proyecto son inescrupulosos humanos que quieren un metal (o algo así) precioso porque, claro, vale millones. En el cine de Cameron no es díficil encontrar esta dicotomía entre los científicos buenos y los corporativos malos (¿se acuerdan de Paul Reiser en Aliens?). Hay un milico fascita como en Sector 9, aunque acá es mucho más carismático (es el Coronel Quaritch/Stephen Lang). Lo que sigue en Avatar es un poco del problema climático que atraviesa esta década (algo que ya preocupó a Al Gore y WALL-E), diálogos y situaciones dignas de Pocahontas o Danza con lobos (los na'vi son los indios, y los humanos, o la "gente del cielo" los conquistadores europeos). Si bien Cameron tiene un excelso pulso narrativo, uno no puede dejar de preguntarse si esto no hubiese sido una obra maestra con un poquito más de sutileza en ciertas ocasiones. No lo digo porque Avatar sea totalmente predecible, sino porque ya me molesta ver situaciones donde, para demostrar la desigualdad de la batalla, se pone en imágenes (¡y hasta en diálogos!) a los na'vi tirando flechas contra las naves ultra-tecnológicas y blindadas de los humanos.
Gracias a Dios, esto no se vuelve insoportable (sí risible, por momentos), y los baches quedan más o menos tapados por las impresionantes secuencias de acción. Hay, también, claros homanjes a películas esenciales como El retorno del rey (los planos de ejércitos masivos), Apocalipsis Now (el voice-over del soldado)
y claro, la trama y la intelectualidad (reciclada) de la película de Kevin Costner, Danza con lobos.
A pesar del avance tecnológico que supone Avatar, todavía no estoy seguro del 3D. Sigo creyendo que es una atracción momentánea, y que la verdadera revolución, podría darse, cuando el espectador elija qué y cómo ver, desde qué ángulo prefiere, y posición. Sí: ya desde el principio, donde los marines descanzan, las tres dimensiones abundan en espectacularidad (uno casi siente que está ahí), pero no mucho más. Eso es porque Cameron es, sin dudas, un gran director y lo que logra es que la película no se sostenga en el 3D, sino que sea un efecto más.
A ver: cuando alguien mira El mago de Oz, a pesar de vivir en una época en la que la mayoría de las películas son a color, no deja de sorprenderse y maravillarse por el cambio del blanco y negro al furioso multicolor de la tierra de Oz. Hay documentales donde se habla de la fascinación que causó en la época ver a Dorothy abrir la puerta a ese maravilloso mundo colorido. Las intenciones de Cameron son más o menos parecidas (incluso Quaritch arenga a sus tropas: "Ya no están más en Kansas" en obvia alusión a la frase inmortal de Dorothy). Pero con todo, sigo siendo escéptico. Sin dudas, Avatar tiene un despliegue técnico enorme, fascinante (incluso James Horner se da el lujo de componer una de sus mejores bandas sonoras), que nos hace olvidar la historia pobretona. La perspicacia del "rey del mundo" Cameron para hacer llevadera cualquier película la convierte, incluso, en un producto que se deja ver, aunque perderá mucho, en un futuro, en cualquier pantalla chica, con sonido apenas aceptable y sin 3D.
Incluso antes mencioné a Sector 9. Avatar está emparentada con esa película (y no sólo por el hecho de que romperá récords) sino porque se llena de alegorías (en este caso, sobre el cuidado al medio ambiente) para llegar al tercer actor y llenarlo de acción, con tiros y explosiones. En ambas hay extraterrestres, y en ambas, parecen más humanos que seres de otra galaxia o planeta. Sí, están muy lejos de la sutileza (¡y eso que también tenía rasgos humanos) del E.T. de Spielberg.
Aunque parezca, a este punto que la crítica no coincide con el puntaje, hay que repetir que las dos horas y media del largometraje no se hacen pesadas.
La animación de los na'vi (ah, faltó aclarar que Avatar es más una película animada que una "real") es tan buena, que uno se olvida que son personajes animados. El secreto de sus ojos es, claro. Pero eso ya habìa quedado claro con Gollum y algún personaje con tos de George Lucas. Igualmente, vale la pena ver que bien combinan los efectos visuales. Creo que si hay que hablar de "revolución" como a Cameron le gusta decir, es en ese aspecto. Vuelvo a mencionar que el 3D no es el que "arroja objetos" (aunque hay un par de momentos) sino que le da a la película una mayor profundidad de campo. Uno se sorprende, a mitad de película, totalmente inmerso en Pandora, y olvidando que la cámara del director parece que estuviera ahí: en el medio de la jungla.
Rótulo incómodo, pero que Avatar, superproducción de casi 300 millones de dólares, parece validar: el cine mainstream de Hollywood es pobre a nivel de ideas, pero rico en cuanto a técnicas visuales y sonoras. Hay que aprovechar, ir al cine (y aceptar las intenciones, por esta vez, del 3D) y disfrutar Avatar. Quien escribe pudo contemplar el poderío visual y sonoro de la película en Imax 3D. Si tienen dudas, acá se acaban: tienen que verla ahí (o en un cine 3D). No cambiará la manera de aproximarse al cine, pero por lo menos, uno se va a ir contento, de ver una más que entretenida película. ¿Si es de lo mejor del año? La película deja con ganas de secuela.