Avatar: el camino del agua

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Hay películas que se transforman en un fenómeno que trasciende las dimensiones de la sala en las que se exhiben. Por muchos motivos, Avatar: El camino del agua, de James Cameron, es un espectáculo y una experiencia como no se recuerda en muchos años. Impactante, disfrutable.

James Cameron, dueño de una imaginación y un talento poco habitual en el mundo del cine mundial, decidió dedicarle ya casi 22 años de su vida artística solamente a Avatar, la original, y El camino del agua. Y vendrán, en principio, tres secuelas más.

O sea que el director de Titanic y Terminator encuentra en este universo, que incluye a la luna Pandora, los Na’vi -humanoides extraterrestres- y la “gente del cielo” (los terrícolas) que llegan hasta allí para colonizarla, suficiente atractivo como para no hacer otras películas.

No hay muchos directores que le impriman a las escenas de combate, de acción, lo que hace Cameron. Y eso que el tono del filme es pacifista, que si no…

Vean la fiereza de Neytiri con su arco y flecha, heredado de su padre. Ella ataca para defender lo suyo.

La familia, marca indeleble
Cameron ya lo ha dicho: mucho cambió su vida personal desde que imaginó la primera Avatar y esta secuela. Formó una familia, tiene tres hijos con su quinta esposa y precisamente ese sentido de la familia es el que impregna como una marca indeleble a Avatar: El camino del agua.

La película original era, por decirlo de una manera simpática, algo zonza y sosa, e imbuida de un espíritu muy new age. Aquí, en la secuela, hay algunos temas sobre los que se vuelve -el medioambiente, la naturaleza, el imperialismo colonizador y la armonía con la que viven los Na’vi- y también regresan los malos, que son los mismos, pero mejorados. Ya verán cómo, porque tampoco lo vamos a contar acá.

Aquí hay animación, actores que trabajaron y un dispositivo para congeniarlo todo, que tiene un efecto que maravilla.

La limpidez de las imágenes, el sonido, todo lo que se ve, escucha y se siente sentado en una butaca de cine viendo Avatar: El camino del agua hace que ésta sea la película más espectacular de los últimos tiempos.

La línea argumental, que es algo más gruesa que lo delgada que era la de Avatar- nos presenta a Jake Sully (Sam Worthington) formando una familia. En el arranque, han pasado 10 años de los hechos de la primera Avatar.

Con Neytiri (Zoe Saldaña) ya tienen cuatro hijos, entre los que hay una niña que adoptaron (ya verán hija de quién es). Pero la armonía con la que vivía esta familia feliz se ve sacudida con el regreso de los hombres del cielo (people of the sky), los terrícolas que, como en la Tierra ya vivir es casi imposible, necesitan colonizar Pandora.

Bueno, también hay alguien que viene sediento de venganza.

Así que Jake, contra el deseo de su esposa e hijos, decide emigrar de la comunidad -huir, bah, porque cree que si permanece allí, y como lo buscan a él, los humanos destrozarán a su gente- y refugiarse en otra comunidad, los Metkayina, Que son parecidos, pero diferentes. No viven en el bosque, sino que son una comunidad acuática. Una oportunidad de cambio, en un clan como los de Sully, que son uno para todos, y todos para uno.

Como Jake repite cada tanto, tal vez por si algún espectador se entretuvo de más con el pochoclo, el padre protege a la familia, y ésa es su razón de ser. Y la película es sabia en el sentido de que los cinco integrantes de la familia tienen su propia historia, sus características, lo mismo que los Metkayina que conocen y hasta a algún animal o monstruo marino (tulkan).

En eso le gana por amplitud a la primera Avatar.

La pregunta cuando vimos el cast, el elenco de la nueva película, era ¿cómo puede ser que Sigourney Weaver -que interpretaba a la doctora Grace- y Stephen Lang -el coronel Quaritch- aparezcan en la secuela, si habían muerto en la primera?

Obviamente tampoco lo vamos a revelar aquí.

Hay algo de Titanic y El abismo -el agua es un medio que a Cameron le fascina- y hasta de Terminator. Claramente Avatar: El camino del agua está pensada y realizada para ver en 3D (o 4D, con el dispositivo en las butacas que se “mueven” acorde a lo que se ve en la pantalla) o en IMAX. Es impactante y triplemente disfrutable.

Una aclaración para los ansiosos, ya que la película dura tres horas y doce minutos.

No hay escenas postcrédito: cuando arranca le rodante final, de fondo negro con letras blancas. No hay más imágenes.