Avatar: el camino del agua

Crítica de Hernán Ferreirós - La Nación

Desde 2010, James Cameron está trabajando en la secuela -las cuatro secuelas, más precisamente- de Avatar. Por la misma época comenzó también a diseñar la atracción basada en el film que se encuentra en el parque Animal Kingdom de Disney World Florida. Se puede pensar, en consecuencia, que el realizador vivió buena parte de los últimos 12 años en Pandora, la luna donde transcurre esta saga. Considerando el tiempo que le toma cada película, es probable que para completar las otras tres partes anunciadas pase allí el resto de su carrera. No es de extrañar, entonces, que haya decidido llevar consigo todos sus juguetes favoritos, como los exoesqueletos robóticos y las armas de Aliens, los moluscos luminosos de El abismo, las maquinarias monstruosas del futuro de las Terminator y hasta una embarcación desmesurada que se hunde tras dar una espectacular vuelta de campana.

También recupera aquí a algunos de sus intérpretes preferidos como Sigourney Weaver, quien regresa con un lifting digital que la devuelve a la adolescencia, y Kate Winslet, aunque oculta y desaprovechada tras su máscara de animación digital. Pandora es, literalmente, el mundo de James Cameron: una especie de parque temático personal donde puede jugar con lo que más lo cautiva del cine.

La historia es esencialmente la misma de la primera parte: Jake Sully (Sam Worthington), ya asimilado como habitante de Pandora (la idea del avatar está casi descartada en esta nueva Avatar) y acompañado por su familia formada por la princesa guerrera Neytiri (Zoe Saldaña) y sus cuatro hijos, defiende a su raza y hogar adoptivos de la corporación humana que representa la codicia infinita, el desprecio por la armonía de la naturaleza y la muerte. Antes de volver a enfrentar este destino, Jake y su familia abandonan los bosques donde vivían y escapan hacia islas tropicales en el océano donde los protagonistas vuelven a ser, precisamente, peces fuera del agua. Otra vez deben aprender las costumbres nativas, mientras Cameron se toma su tiempo para mostrarnos con detalle este nuevo aspecto del planeta que, sin embargo, no es tan distinto del que nos presentó originalmente. El fondo del mar, con sus criaturas fosforescentes, sus depredadores imparables, su frondosa vegetación submarina, en fin, con esa exuberancia de la vida que caracteriza a Pandora y que, gracias al perfecto 3D, parece saltar de la pantalla, luce igual al ecosistema que ya conocíamos, solo que con un mayor porcentaje de humedad.

La razón por la que Cameron tardó doce años en completar este film es que tuvo que desarrollar la tecnología para mostrar lo que quería. La forma habitual de realizar la captura de movimiento para generar personajes digitales en escenas submarinas es colgar a los intérpretes de alambres y luego agregar su entorno acuático a través de imágenes generadas por computadora. El realizador consideró que el movimiento obtenido de este modo se veía falso y se concentró en crear los medios hasta entonces inexistentes para realizar la captura de movimientos bajo el agua. Si bien esto indudablemente es una proeza técnica, resulta invisible: en la pantalla, los personajes se ven tan irreprochablemente reales como en el primer film. En suma, a diferencia de las películas más veneradas de Cameron, esta secuela de Avatar no muestra algo que no hayamos visto antes.

Cameron suele operar con los tropos más clásicos del cine, por eso sus historias parecen cuentos infantiles. Avatar es un poco Pocahontas, un poco FernGully y, en este caso, también un poco Liberen a Willy. La trama no es el lugar para buscar novedad. Ademas, la narración resulta aquí un poco más errática que de costumbre y tras un primer acto en el que se establece que la película va a tratar sobre la explotación colonial de Pandora por los humanos, este tema se abandona por completo a lo largo de un prolongado segundo acto concentrado en las nuevas circunstancias de los protagonistas y en el desdén humano ante la vida de otras especies. Tampoco se retoma en el tercero, que se ocupa de la venganza personal de un villano que regresa. Desde luego, hay tres secuelas más para volver sobre todo lo que ésta deja en el aire.

Como ocurre con la audición humana, con los años el oído de Cameron para el diálogo tampoco mejoró y los intercambios entre los personajes suelen ir de lo funcional a lo incómodo. Todo esto no quiere decir que esta película de 192 minutos no resulte brutalmente entretenida, ni que Cameron haya dejado de ser el mejor realizador de escenas de acción del cine actual. El intenso clímax resulta tan imponente y sobrecogedor como los más deslumbrantes de su obra. Cuando Avatar 2 pone en pausa la contemplación boquiabierta de su propio mundo y sus buenas intenciones ecologistas y antiimperialistas y se enfoca en la acción, se vuelve cine puro.

Dado que la primera parte de la saga se mantiene desde su estreno como la película más vista de la historia, no hay razón para querer arreglar algo que no estaba roto. Sin embargo, considerando los antecedentes del realizador y las expectativas generadas por todos los anuncios de la última década, era lícito esperar lo inesperado. Quizás Cameron se lo esté guardando para alguna de las próximas secuelas.