Avatar: el camino del agua

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Las guerras de liberación

Lo mejor que puede decirse de Avatar: El Camino del Agua (Avatar: The Way of Water, 2022), de James Cameron, pasa por el hecho de que en pantalla se nota que hablamos de una película muy bella y meticulosa de más de una década de planeamiento y minucias de producción, rodaje y post producción, secuela de Avatar (2009) que se vio muy demorada a lo largo de los muchos años primero porque el realizador canadiense tuvo que perfeccionar la tecnología de captura de movimiento para que funcionase debajo del agua y segundo porque cayó preso de su propia ambición ya que pasó de prometer dos continuaciones a la friolera de cuatro, lo que generó un mega proceso de escritura a cargo de Cameron y su equipo de guionistas -compuesto por Rick Jaffa, Amanda Silver, Josh Friedman y Shane Salerno- debido a que el señor se negaba a hacer lo que tantos cineastas anteriores hicieron en materia de las franquicias, eso de ir improvisando el arco narrativo en función de la repercusión en taquilla. Esta sensata aunque curiosa decisión de producción en tiempos de estupidez mainstream, más acorde con la coherencia artística del conjunto de las secuelas y la disponibilidad concreta del elenco que con ahorros presupuestarios que definitivamente no ocurrieron porque las películas en cuestión rankean en punta entre las más caras de la historia del cine, se tradujo en la filmación en paralelo en Estados Unidos y Nueva Zelanda de las segunda y tercera partes más un comienzo de rodaje de la cuarta vía un proceso que duró tres años en total, panorama que a su vez tiene que ver con la inteligencia de Cameron a la hora de meterle presión a The Walt Disney Company, gigante que se “comió” entre 2017 y 2019 al estudio dueño de la saga, aquella 21st Century Fox, para que no descuide el marketing planetario de los films completados o semi completados/ en post producción, léase Avatar: El Camino del Agua y Avatar 3 (con fecha tentativa de estreno para 2024), y a su vez termine de garantizar la “luz verde” en materia de producción, recursos y rodaje para Avatar 4 (2026) y Avatar 5 (2028), ofreciendo en conjunto un folletín de vieja cepa.

Era más que evidente que después de explorar las junglas y el aire de Pandora, luna que orbita alrededor del planeta Polifemo, gigante gaseoso en el sistema estelar Alfa Centauri, el canadiense iba a regresar a su obsesión de siempre, los océanos y mares de El Abismo (The Abyss, 1989), Titanic (1997), sus dos documentales del rubro, Fantasmas del Abismo (Ghosts of the Abyss, 2003) y Criaturas de las Profundidades (Aliens of the Deep, 2005), e incluso su hilarante y olvidada ópera prima, Piraña II: Asesinos Voladores (Piranha II: The Spawning, 1981), secuela bizarra para Ovidio G. Assonitis de Piraña (Piranha, 1978), de Joe Dante trabajando para Roger Corman, éste también padrino artístico y profesional del propio Cameron ya que el futuro magnate empezó como un simple encargado de efectos especiales para las adorables trasheadas del amigo Roger de comienzos de los años 80. La historia principal vuelve a ser muy sencilla y arranca donde había terminado el eslabón previo, con la expulsión de la operación minera encarada por los seres humanos en Pandora en pos de unobtanium, una sustancia muy valiosa que se asemejaba al oro y el caucho que ansiaban las huestes europeas y oligárquicas locales durante el genocidio y la esclavitud de la Conquista de América y más allá. El guión final de Cameron y el matrimonio de Jaffa & Silver otorga una década de paz a Jake Sully (muy buen desempeño de Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldana y sus gritos de pesar) antes del regreso de los terrícolas mierdosos de siempre, ahora más interesados en construir una metrópoli permanente símil colonia y en cazar a unas enormes criaturas marinas semejantes al cachalote para extraer un componente líquido del cuerpo del animal, cruza entre el espermaceti, el ámbar gris y el aceite obtenido de la grasa corporal. El Coronel Miles Quaritch (ese querido Stephen Lang) regresa como un paradójico avatar y con la doble misión de vengarse de la parejita Na’vi que lo mató y de descabezar a la “insurgencia” autóctona que se opone al imperialismo, el Clan Omaticaya de Sully, ahora un padre de familia y por ello más vulnerable, temeroso e incluso pacifista.

Con el pretexto narrativo de evitar poner en peligro a sus hijos -incluida una adolescente que nació por arte de magia/ a lo Virgen María del vientre del flamante avatar en animación suspendida correspondiente a nuestra Doctora Grace Augustine (Sigourney Weaver)- y la necesidad de marcharse de las selvas de Pandora hacia unas islas paradisíacas para no ser hallados, Jake, Neytiri y los suyos en Avatar: El Camino del Agua dejan de saltar de árbol en árbol y se ven obligados a aprender a nadar al pedir asilo a una tribu símil aborígenes polinesios, ese Clan Metkayina comandado por la pareja de Tonowari (Cliff Curtis) y Ronal (Kate Winslet, quien había acusado de dictador a Cameron con motivo de Titanic y hoy vuelve a trabajar con él), luego de que Quaritch tomase de rehén a algunos de los críos del protagonista, un híbrido entre el ADN humano y el ADN de los locales. A lo largo de una duración un poco excesiva de 192 minutos, Cameron narra con la paciencia de un artesano de antaño y recurre a todos los trucos del relato de aventuras con base familiera en el exilio, amenaza de parte de la codicia capitalista de por medio + sus mercenarios psicópatas: Lo’ak (Britain Dalton) es el vástago rebelde de Neytiri que desobedece a sus padres y entabla una fuerte conexión con una de las ballenas implícitas de la trama, Kiri (Weaver de nuevo) es la hija adoptiva de la parentela y el producto del embarazo de Augustine, niña algo solitaria capaz de controlar a las criaturas del océano, y finalmente Spider (Jack Champion) agrega la “salsa melodramática” que nunca falta en una epopeya colosal de esta envergadura, nos referimos a nada menos que el vástago de Quaritch que quedó en Pandora durante aquella expulsión humana del film previo porque los bebés no pueden someterse al viaje estelar de vuelta a la Tierra, púber que se cría con los Na’vi pero termina atrapado en una encrucijada antropológica/ ética/ cultural/ bélica cuando es capturado por las tropas coloniales y conoce de primera mano al avatar del que fuera su papi, un Quaritch en esta oportunidad azulado y altísimo que pareciera ser menos fascistoide que aquella versión original de diez años atrás.

El canadiense vuelve a combinar un maravilloso mensaje ambientalista, los horrores de la Conquista de América y la dinámica paradigmática del western revisionista de izquierda, más chispazos del cine testimonial de los 60 y 70 centrado en las guerras de liberación e independencia del Tercer Mundo, y suma con astucia al mejunje toda esta retro subtrama sobre la caza indiscriminada del cachalote entre el Siglo XVIII y el Siglo XX, excusa para regalarnos un Ahab más plutocrático que melvilleano enajenado, el Capitán Mick Scoresby (Brendan Cowell), y para que Lo’ak se imponga sin más por sobre Kiri y Spider como el más interesante del lote de los personajes adolescentes nuevos. Avatar: El Camino del Agua no aburre con chistecitos para retrasados mentales a lo Marvel o Disney, apuesta por una seriedad de tragedias inmensas, cuenta con un marco muy claro de bildungsroman o relato de aprendizaje + odisea de inmigrantes + faena de destierro político y se posiciona como una anomalía en el cine actual porque en esencia puede leerse como una épica gigantesca aunque con corazón, donde la fastuosidad visual no sobrepasa a la historia humanista de fondo, lo que incluye una última hora brillante (típica andanada de secuencias de acción fascinantes y a toda pompa de Cameron, bien en la tradición de ese cine hardcore paciente ochentoso que no abusaba de los cortes abruptos cual montaje para idiotas del Siglo XXI con déficit de atención) y un excelente diseño de criaturas marinas y manejo del mentado “motion capture” (ni siquiera bajo el fuerte contraste del 3D los Na’vi pierden esa inusitada corporalidad que los caracteriza y de la que carece casi todo el CGI del Hollywood masivo contemporáneo). Desde ya que el film cae en la categoría de “más de lo mismo” de tantas continuaciones, no obstante la gesta de Cameron es una obra entretenida de un cineasta maduro que sabe administrar el quid ecológico y esa filosofía apacible de unos humanoides semi felinos amantes de los dreadlocks, entre el budismo y el clásico animismo de las tribus americanas, ahora analizando nuevamente la táctica de “tierra arrasada” del imperialismo…