Atrapada

Crítica de Federico Karstulovich - Otros Cines

Un maestro atrapado (¿con salida?)

Que uno de los grandes directores que iniciaron sus carreras en la generación del ’70 esté de vuelta en pantalla grande es un acontecimiento. Si ese director es un hombre cuya filmografía se fue espaciando, convirtiéndose en un outsider de la industria, más acontecimiento aún. Si ese director tiene una filmografía construida en torno a una relación amorosa con los géneros clásicos, el acontecimiento es único y quizás irrepetible.

Para aquellos que amamos la narración clásica y encontramos en John Carpenter uno de los últimos exponentes vivos de aquella vieja tradición, el estreno de Atrapada (título acertado en su doble juego dentro de la película, ya que de haberse llamado El pabellón la cosa hubiera empeorado) merecía un lugar especial en el corazón cinéfilo.

Bueno, esto es lo que nos pasa cuando depositamos demasiadas expectativas: la caída puede ser todavía más feroz que si no hubiéramos conocido a su director.

Atrapada tiene una media hora inicial que, pese a algunos desajustes actorales y cierta estereotipación de la fantasía de mostrar un hospital psiquiátrico por dentro, funciona como un relojito y parte de una premisa muy simple: una joven con un bloqueo en su memoria tras haber incendiado -aparentemente- una casa es internada en una clínica psiquiátrica donde suceden hechos extraños. Por ejemplo, que algunos de sus pacientes desaparecen sin dejar rastro (algo que conecta involuntariamente a la película con La isla siniestra, de Martin Scorsese), generando en la protagonista una paranoia que la lleva a investigar los sucesos. Sumamos a este dato que de la clínica es difícil pero no imposible el escape. OK, nada nuevo bajo el sol, pero Carpenter jamás pierde el pulso y siempre sabe dónde poner la cámara.

El minuto 30 y pico nos brinda uno de los típicos planos Carpenter con el temor a la profundidad de campo en medio de una ducha con demasiado vapor. Ahí, cuando comenzamos a disfrutar de lo conocido, aparece un integrante (lamentablemente) novedoso: el golpe de efecto en primer plano sonoro. Extraño: Carpenter no hacía estas cosas con el sonido, al contrario, cualquier espectador con sentido común podrá recordar la sofisticadísima construcción sonora de Halloween sin ir más lejos. Pero en Atrapada esa sutileza queda fuera. Algo molesta: es como si una sucesión de malas decisiones formales, de procedimientos (sobre todo sonoros) poco felices tendieran a borrar con el codo lo que la mano-cámara del director había construido. Si a esto le sumamos asesinatos filmados con rigor de principiante (amén de cierto disfrute sádico que pueda haberse buscado con los modos de matar) y una sucesión de vueltas de tuerca que comienzan a acumularse, podemos pensar en una hipótesis preliminar: Carpenter ha abandonado el clasicismo.

Pero abandonar un programa narrativo no tendría que ser un problema: ya en En la boca del miedo o incluso en la menospreciada obra maestra Los fantasmas de Marte el director había probado alejarse de moldes narrativos convencionales y había funcionado fantásticamente. Quizás el mayor problema de Atrapada es que lo que se muestra es una desconfianza en los materiales, una suerte de cansancio, una necesidad de explorar otros moldes pero, paradójicamente, sin alejarse del todo de lo clásico. Esa indefinición, ese quedarse a mitad de camino explica la arbitrariedad de los giros de guión: ahí donde las imágenes encontraron un límite se busca auxilio en la planificación, en las ideas, y más precisamente, en el cerebro. Esa nueva confianza en lo cerebral pareciera explicar el énfasis en los mecanismos efectistas: la imagen y el sonido quedan supeditados al shock perceptivo de una esquizofrénica con múltiples personalidades (elección por cierto bastante demodé). Pero por más lógico que esto sea no quiere decir que sea logrado.

De ahí que no es correcto hablar de Atrapada como una película psicologista, sino de una fuertemente cerebral, algo que, revisando la obra de Carpenter en perspectiva, es una novedad ¿Acaso todo esto es una interpretación reaccionaria por haber abandonado el mundo de lo clásico en donde el director siempre supo moverse con comodidad? No, pero es un llamado de atención: nada nos indica que Carpenter comience a mirar con cariño a construcciones narrativas como las de Identidad, El Origen o Sucker Punch (películas con las que dialoga), pero cuando menos este paso en falso plantea dudas. No hay peor lugar para quedarse atrapado que en el propio cerebro: veremos si el camino sin salida es nuestro frente a un cambio en su cine o es el mismo Carpenter el que se encerró en un callejón.