Atómica

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

Una bomba surgida de la Guerra Fría.

Ambientada en la Berlín de la caída del Muro, la película logra una precisa reconstrucción visual y sonora de la época, para contar una buena historia de acción y de espías.

La figura más cómoda para describir a Atómica, de David Leitch, es la del reloj: así es como funciona cada pieza de esta película de acción, en la que todo parece tan preciso y calculado como el tiempo. Pero aunque se acepte que no hay nada más riguroso que el funcionamiento de uno de esos artilugios mecánicos, hay un punto en el que la metáfora deja de ser oportuna, porque también es cierto que no hay nada tan monótono como una máquina encadenada al tiempo. Y la verdad es que si algo resulta difícil de imaginar es que a alguien se le pudiera ocurrir vincular a Atómica con la monotonía: la define su voluntad de sorprender, doblando de forma progresiva sus propias apuestas estéticas y narrativas. Eso no significa que se deba descartar al reloj como símbolo; por el contrario, lo que hay que hacer es reconvertirlo, volverlo parte de un mecanismo distinto, más apropiado para el caso. Por ejemplo: con solo agregarle algunos cables y unos cuantos cartuchos de dinamita, cualquier reloj se convierte en una bomba y entonces la imagen ya empieza a parecer más pertinente. Sí: Atómica es una bomba de tiempo perfecta. Quizá demasiado perfecta.

Ambientada en Berlín durante aquella semana de 1989 en la que el muro que dividía en dos a la capital alemana (y al mundo) cayó bajo el vendaval de la Historia, Atómica es algo así como el último relato de la Guerra Fría. Un microfilm que estaba en poder de un espía británico cae en manos de un agente soviético. El mismo contiene información detallada que podría torcer la balanza política para el lado de quien la posea. El MI6, el servicio secreto del Reino, envía a su mejor hombre para recuperarlo, aunque en este caso el mejor hombre es en realidad una mujer. A tono con la época, Atómica se suma a la lista de producciones de acción recientes en las que la encargada de recorrer el camino del héroe es una chica.

La agente Lorraine Broughton (Charlize Theron, una vez más estupenda) logra ser una heroína de acción convincente sin necesidad de masculinización alguna. Broughton, la rubia atómica del título original (Atomic Blonde), es tan letal como Jason Bourne sin dejar de ser femeninamente plástica. Incluso los encuentros sexuales, elemento vital en cualquier film de espías, se permiten apartarse de la lógica binaria, aunque es evidente que la mirada detrás del relato sigue siendo masculina.

Atómica es deliciosamente fetichista. Un canto a los años ‘80 luminosamente pop por un lado, pero políticamente oscuros por el otro, dualidad a la que le saca el máximo beneficio. Como toda bomba de tiempo, en Atómica el paso de los minutos no hace más que anunciar la explosión inevitable y Leitch consigue que el mecanismo funcione, haciendo que cada parte se active en función de la ingeniería del relato. Desde las citas cinéfilas insertadas en el momento preciso hasta una banda de sonido eficaz, cada pieza apuntala la intención manifiesta de hacer que, al menos durante 115 minutos, los ‘80 revivan en toda su falsa liviandad.

La película pone en evidencia su artificio en su banda sonora. Curada por Tyler Bates, la música reconstruye el imaginario sonoro de la época navegando en la superficie de los hits del synthpop, incluyendo artistas como Depeche Mode, New Order, Information Society o Falco. Esa ligera superficialidad revela el carácter de objeto diseñado para el consumo, que se traduce visualmente en un montaje videoclipero que no se aparta de la zona más segura del negocio de la nostalgia. Atómica mira los ‘80 desde lejos y ya se sabe que desde la ficción de la distancia todo siempre se ve mejor, más lindo. Perfecto.