Atlántida

Crítica de José Tripodero - A Sala Llena

La ópera prima de Inés María Barrionuevo se pliega a la senda celinamurgeana de esta era post Nuevo Cine Argentino, pero más que nada se inscribe en la columna del Nuevo Cine Cordobés, en el cual busca acurrucarse. La seguridad en la que Barrionuevo emplaza el contexto de un pueblito del sur cordobés, a fines de la década del ochenta, nutrido de una serie de factores que anuncian un apocalipsis (hiperinflación, sequía, cortes de luz veraniegos), se articula con la tempestad gestada en la relación entre dos hermanas: Elena de quince y Lucía de diecisiete (Melisa Romero, una cara que empieza a ser reconocida en el Nuevo Cine Cordobés). La primera -enyesada e histérica- saca de quicio a su hermana, quien busca una salida a la vida mundana de pueblo mediante una posible carrera en Buenos Aires. Ambas se encuentran solas ocasionalmente porque sus padres fueron a un funeral a otro pueblo. El punto culmine de esta relación/ polvorín acaba con Lucía yéndose en la vieja camioneta de la familia. En el camino, levanta a una amiga de Elena (“rarita” por no interesarse en chicos ni en salidas con la barrita del lugar) y ambas emprenden una pequeña excursión a las afueras del pueblo. Mientras tanto, Elena -a pesar de su impedimento- también se las ingenia para salir del hermetismo de una casa que rebalsa de aburrimiento. El médico (participación efectiva de Guillermo Pfening), que la visita en la casa, la lleva a sus rondas por el pueblo.

Barrionuevo propone una atmósfera sensible, sensual y por sobre todo madura sobre cuestiones urgentes en el cine argentino independiente, preocupado por retratar el andar y la cotidianeidad de aquellos que deambulan en la hibridez etaria del pasaje a la adultez. Aunque no se detiene solo en una mirada general (por ejemplo, en los banditas de nenas y varones que se muestran en varios pasajes), ya que también reposa sobre lo estrictamente particular, representado en Lucía y en la amiga de Elena. Ambas no pueden ser clasificadas en ninguna columna, es por eso que aparecen aún más aisladas de un pueblo aislado de por sí. La iconografía de un interior profundo (una de las tantas asignaturas pendientes del cine nacional) asoma con fuerza, gracias a la puesta de cámara de Barrionuevo que se articula armoniosamente con las situaciones que envuelven, con cierta opacidad, una progresión vincular entre los personajes. El pulso firme de la directora también permite transitar una veta histórica reciente para construir una metáfora preciosa sobre cómo las búsquedas, las decisiones erradas (propias de la edad) y el gusto por la abulia pueden ser parte de un caldo de cultivo, expectante de una chispa para explotar.

Atlántida es otra página de este fenómeno cordobés, que merece un foco mejor direccionado por parte del epicentro audiovisual (al menos en lo nominal) que es Buenos Aires, el cual solo apunta al cine del interior en el circuito de festivales pero niega un espacio verdadero en su cartelera comercial. La ópera prima de esta cordobesa podría (y debería) ser el punto de quiebre, al menos, para pensar la distribución del cine independiente realizado por fuera de la capital, lo que representa una doble lucha para llegar a un público más grande.