Atenas

Crítica de Guido Rusconi - Revista Meta

La irrupción de César González (conocido también en su fase de poeta como Camilo Blajaquis) en el nuevo cine argentino, con películas como ¿Qué puede un cuerpo? y Diagnóstico esperanza, significó en muchos sentidos la apertura de una cosmovisión que hasta ese entonces había sido negada o mal representada: la del sujeto villero. Atenas, la nueva película de este joven director nos vuelve a mostrar lo bueno, lo malo y lo feo de una realidad que a veces el público elige ignorar.

Esta es la historia de Perséfone o “Perse”, una chica de unos veinte años que después de cuatro años y medio de estar presa sale en libertad para encontrarse con que afuera no hay nadie ni nada esperándola. Es aquí donde César González hace una primera vuelta de tuerca: se han visto anteriormente películas o series que tratan sobre la reinserción social luego de un período de encierro, pero hacerlo desde la perspectiva de una mujer pobre es al menos novedoso, sobre todo si se tienen en cuenta las crudas situaciones por las que tiene que atravesar este personaje.

Sin embargo, el intento de representar de la manera más fiel el sentimiento de desarraigo, falta de pertenencia y soledad que conlleva esta clase de vivencia, al mismo tiempo que se quiere llegar a una reflexión sobre la falta de inclusión social, no es suficiente para hacer una buena película. Atenas tiene entre sus manos una buena historia, digna de ser contada, que por alguna razón termina resultando insuficiente.

Desde muchos puntos de vista podemos ver influencias en esta obra (y en general en toda la obra del director) que provienen del neorrealismo italiano. Ya sea por las temáticas, las locaciones y hasta por el uso de actores y actrices no profesionales, la impronta de este movimiento de mediados del siglo XX saltan a la vista. La vida para las clases más precarizadas es dura, pero no por eso se recurre constantemente al golpe bajo ni a la representación de la vida de los barrios bajos y las villas como un reservorio de violencia y de potencial delincuencia, como suele hacerse en otros productos audiovisuales. César González revierte la estigmatización del sujeto marginado y en su lugar pone a los otros agentes sociales bajo esta lupa. Nos encontramos con personajes pertenecientes a la clase media o profesional llevados al extremo en su faceta de villanos, ya que maltratan, acosan y juzgan a Perséfone y a las demás personas del barrio que están en su misma situación de desamparo.

Si bien esta representación puede rozar lo caricaturesco, es necesario tener en cuenta que en diversas entrevistas y charlas que González dio a lo largo de los años ha explicado el porqué de esta exageración al retratar personajes pertenecientes a la clase media, en la que busca lograr el mismo efecto que tiene a menudo la estigmatización de lo marginal y lo popular en los medios y en el arte, llegando al punto de ridiculizarlos.

El mayor problema de Atenas radica en que su ritmo es inconsistente. Por momentos los eventos se desarrollan con mucha velocidad mientras que en otros se detiene por completo en cuestiones que no aportan a la trama. Este tipo de momentos sirven para poner en pantalla alguna que otra disertación filosófica o poética que no concuerda con el tono predominante de la película, el cual es de un realismo evidente. Escenas que escapan a la lógica previamente planteada y parecen ser insertas como pequeños momentos en los que se detiene el tiempo y se reflexiona a través del metalenguaje, casi rompiendo la cuarta pared.

Asimismo, la historia principal (la de Perséfone) de a poco se va ramificando a través de otros personajes y cuyas vivencias cotidianas se pueden atestiguar. Considerando que es un largometraje de solo 76 minutos, resulta poco eficaz que casi ninguna de estas subtramas llegue realmente a una conclusión. Tal vez con una extensión mayor se podrían haber cerrado varias de las historias, incluida la de su protagonista.

Otro factor que no puede pasar desapercibido es la clara correlación que la película tiene con la mitología griega. Ya desde el título se establece una conexión que se confirma con el nombre de Perséfone, a quien seguimos en la vuelta a su hogar (el cual ya no existe) y los problemas que se encuentra en su propia odisea. Pero ahí no terminan los paralelismos, ya que la joven protagonista también comparte -en cierto modo- el destino final de su contraparte helénica, en una suerte de descenso involuntario a los infiernos.

Es así como César González imparte una vez más su visión del mundo, un producto a priori interesante pero que carece de cierta ambición para llegar a cumplir con su objetivo. Los barrios bajos son para el director su lugar de pertenencia, y desde su mirada nos otorga esta versión de la villa como una acrópolis vapuleada por el tiempo y la miseria, en la que las personas parecen vagar sin tener ningún rumbo claro, pero que al final del día siempre queda en pie.