Así habló el cambista

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

No se sabe bien qué cosa es el cine de Federico Veiroj y eso siempre fue algo bueno: sus películas, sobre todo a partir de El apóstata, se mueven por territorios inciertos, se deslizan entre géneros y tonos y hacen de esa trayectoria sinuosa un centro atractor, un enigma que no pide ser elucidado, que en cambio reclama cierta predisposición al disfrute de la indeterminación. De Así habló el cambista, por otra parte, habría que decir que no se sabe bien qué cosa es la película, ante qué clase de objeto se está: allí la incertidumbre surge menos de un proyecto estético que de por una pérdida de rumbo. En todo caso, la película no parece ofrecer ningún misterio, más bien lo contrario: la voz en off del personaje de Humberto se encarga de suturar el sentido que debe extraerse y que el director machaca por todas las vías posibles. El protagonista es un ser gris y carente de propósito que encuentra una forma de vida en el mundo de las finanzas: los movimientos ilegales de grandes sumas de dinero se vuelven la vía por la que el personaje experimenta algo de la plenitud que no obtiene por otros medios. Es la historia de un antihéroe, de un personaje que avanza irremediablemente hacia la degradación, una fórmula en general encantadora que Así habló el cambista despoja de su simpatía adosándole una lectura maniquea: el relato se encarga de subrayar que Humberto es un monstruo que lucra con la miseria de otros, sean personas desesperadas o países en crisis, aliándose con políticos corruptos, militares torturadores o guerrilleros. La remisión a fechas y datos históricos busca la complicidad del público, del que se espera que sea capaz de interpretar los hechos del pasado como síntomas del presente: un juego complaciente de referencias servidas en bandeja.

Cuesta creer que ese retrato casi escolar (escuchen la voz en off de Hendler) haya sido realizado por el mismo director de La vida útil o de Belmonte. ¿Será el tema, el universo de las finanzas y los negocios monetarios, lo que trae esa carga moralista, lo que hace surgir casi como un reflejo esa crítica ideológica automática? Muchas de las críticas a favor celebran justamente eso, el sistema de ideas que la película pone en marcha. Como sea, una vez que se sortea la primera parte, algo pasa: de forma casi imperceptible la película adquiere otra velocidad, como si se sacudiera el peso del comentario y se dedicara ahora a narrar. No es que lo que sigue sea una maravilla tampoco, los personajes no dejan de ser caricaturas al servicio de una explicación del mundo precocida que no parece requerir ninguna demostración (los financistas son inescrupulosos, las finanzas suponen un mundo criminal), pero el cambio de tono hace que la película respire mejor y pueda contar un poco más ligera. La aparición de peligros que acechan cada vez más de cerca a Humberto le da un ritmo al relato y le permite liberarse un poco del peso de las coordenadas históricas: en esos momentos, a su vez, reaparece la elegancia de Veiroj para las escenas breves, una gracia discreta que se desprende de las acciones sin esfuerzo, como cuando Humberto va a lugares buscando café sin éxito, o en las intervenciones de Luis Machín donde el tipo habla con una firmeza impresionante casi sin inmutarse, como lo haría un actor de cine clásico. Allí asoma otra película posible, la película que podría haber sido de Así habló el cambista si hubiera estado más atenta a las texturas noir del mundo que la rodea: una sátira ligera que se permite disfrutar de la historia, del envilecimiento del protagonista y de la reconstrucción de época sin necesidad de subrayar todo; un grotesco menos solemne y tal vez más feliz.