Así habló el cambista

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Transposición de la novela homónima publicada hace tres décadas por Juan Gruber, Así habló el cambista supone un brusco giro en la filmografía más bien minimalista de Federico Veiroj. Con una historia de época, una narración más clásica, intérpretes reconocidos y un presupuesto bastante más importante, este quinto largometraje del director uruguayo lo encuentra incursionando en nuevos terrenos, sorteando desafíos hasta hace poco impensados, y arriesgándose con personajes, conflictos y dilemas morales inéditos en su obra. Hay momentos en que afloran cierto cinismo y crueldad que nunca habíamos visto en sus trabajos, pero la elección de este material que pendula entre el drama familiar, la comedia negra y el thriller resulta una bienvenida rareza que Veiroj maneja con absoluta ductilidad.

Tras un extraño prólogo ambientado en Jerusalén en tiempos de Jesús, la película se sitúa en la Montevideo de 1975 (la acción luego será salpicada por unos flashbacks que nos transportarán a 1956, 1962 y 1966) y en esos tiempos de dictaduras militares que ya estaban dominando o asomaban en Uruguay, Argentina, Chile y Brasil nos econtramos con Humberto Brause (un por momentos irreconocible Daniel Hendler), antihéroe perfecto que es el cambista al que alude el título. Pero lo suyo no pasa solamente por comprar y vender dólares a inversores o turistas sino de lavar plata de políticos y otras personas vinculadas con el poder.

En principio, el film se centra en una relación maestro-alumno (el mentor de Brause es el Schweinsteiger que interpreta Luis Machín), pero luego todo se va complejizando, enrareciendo hasta hacerse cada vez más oscuro e incómodo. El protagonista se casa con la hija de Schweinsteiger, Gudrun (Dolores Fonzi, impecable en el papel de una mujer tan fría y frustrada como despiadada y manipuladora), e inicia un descenso a los infiernos no solo en el ámbito matrimonial sino también de los negocios (sucios): traiciones, estafas, corrupción y vínculos con unos pesados que traen plata manchada de sangre desde la Argentina (atención al Bonpland de Benjamín Vicuña).

Con una ajustada pintura de época (Montevideo es ideal para estos viajes al pasado, pero la dirección de arte también es muy cuidada), Así habló el cambista parece por momentos una mixtura entre Rojo, de Benjamín Naishtat, y cierto patetismo propio del cine de los hermanos Coen. La música de Mahler, Bach y Mozart le otorga al film algo de pompa y solemnidad, aunque Veiroj no se priva del humor negro a la hora de abordar una historia sobre la tentación, la codicia y esos límites que cada uno está dispuesto (o no) a traspasar para estar en sintonía con sus ambiciones.