Asfixiados

Crítica de Hernán Firpo - Clarín

Dicen que las crisis pueden ser una muestra de resistencia en los matrimonios. En el caso de Nacho (Leonardo Sbaraglia) y Lucía (Julieta Díaz), el paso del tiempo genera dudas, sobre todo relacionadas a la continuidad del deseo sexual y a la atracción física. Sienten que atraviesan una situación que desequilibra la relación marital, ya que diariamente florecen resentimientos de larga data y comenzaron a ocultarse cosas para no acrecentar, aún más, las rispideces.

Después de 24 años de casados y con una hija adolescente, Camila (Sofía Zaga Masri), el tedio y la rutina de la convivencia afectó la unión. Con los años, la pasión se desmoronó, pero no dio paso al habitual amor profundo y el compañerismo que caracteriza a quienes están próximos a cumplir sus bodas de plata.

Ambos son profesionales exitosos y competitivos. El es productor audiovisual y lo desvela llevar adelante un ambicioso proyecto con Natalia Oreiro (la mismísima Oreiro, espléndida, en una participación especial), con quien mantiene constante contacto. En tanto, ella, como empresaria gastronómica, regentea un restaurante llamado Delirio y, sin que su esposo lo sepa, toma clases de italiano online.

Algo que indica su necesidad de perfeccionarse y, quizá, generar otro horizonte personal.

Ante un nuevo aniversario conyugal, deciden emprender un viaje en barco e intentar recomponer el vínculo, sin darse cuenta de que, cuando entre los convivientes hay dificultades de entendimiento, los problemas acompañan junto a las valijas. A las vacaciones románticas, en embarcación de lujo, invitan a su amigo Ramiro (Marco Antonio Caponi), quien llega en compañía de su novia Cleo (Zoe Hochbaum).

Esta pareja, impetuosa y ardiente, lejos de ayudarlos a recuperar el fuego perdido, serán los catalizadores del desastre.

No podemos adelantar mucho más para que la sorpresa de la historia escrita por Alex Kahanoff, Andrea Marra, Sebastián Rotstein y Silvina Ganger se mantenga. Únicamente diremos que una vez en alta mar, los paisajes idílicos serán borrados por una tormenta que se avecina y que es una metáfora de lo que ocurrirá con los protagonistas. Solos y a la deriva, ¿resistirán el destino que les espera?

La película, muy bien dirigida por Luciano Podcaminsky, tiene una manufactura inusitada para el promedio de las películas actuales del cine nacional. Al punto que parece una producción europea, con cuidada fotografía de Nicolás Trovato, muy buenas actuaciones y sostenido ritmo en la edición de Patricio Pena.

Incluso es muy destacable que los personajes pertenezcan a una clase social de poder adquisitivo alto ya que, en general, el cine autóctono no suele reflejar con asiduidad ese mundo casi inaccesible. De todos modos, cabe reprocharle alguna debilidad en el desarrollo de la trama, surgidas de un guion que se vuelve un tanto previsible y no termina de indagar en la crisis que recorre a Nacho y Lucía.

Sbaraglia, Díaz y Marco Antonio Caponi, en el mejor momento de sus carreras, se muestran comprometidos y exactos en sus roles. Aportan carnadura y profesionalismo para generar empatía con el espectador. Al lado de semejante tándem, la frescura de la ascendente Zoe Hochbaum resulta una verdadera revelación, quien hasta se anima a cantar, muy bien, Adoro, el inmortal bolero de Armando Manzanero.