Asesino sin memoria

Crítica de Csaba Herke - Leedor.com

Asesino Sin Memoria, de Martin Campbell
Liam Neeson viene de luchar contra todo mal que uno pueda imaginar. A sus 69 años, este actor irlandés reemplaza a una combinación de Willis, Schwarzenegger, Stallone y otros muchos que por h o por b están en lo inmediato fuera de juego. No corresponde aquí hacer un análisis de casos.

Norteamérica no puede tener sino héroes, héroes locos, heroínas, héroes brutales o deconstruidos, y su historia cinematográfica está marcada por algunos arquetipos claramente definibles. En el caso de Neeson consiste en la redención, el malo que se redime.

Tema que no es nuevo: la redención como tal es un tópico en el cine. Actualmente se lo puede ver en casi todo film, como un largo chapuzón, filmado en algún ojo de agua profundo. También el niño como elemento de redención y perdición no es nuevo, Gloria, (Gloria, John Cassavetes, EEUU,1980) es un ejemplo. El secreto de Neeson es que es un malo que a través de sus últimas acciones redime el descarrío de su vida adulta.

¿Se puede redimir un asesino?

En este punto el film incurre, como la mayoría de los productos de semejante índole en una curiosa cantidad de trampas: no mata menores, mata solamente gente que merece morir (violadores, narcotraficantes ladrones brutales). Pero ¿merecen morir sin juicio previo? Parecería que la sociedad es cada vez más propensa a pensar que la justicia liberal, o garantista, es inútil. Todos los días se escucha decir: los criminales entran por una puerta y salen por la otra. Trampa en la que caen también productos como The punishment (autores varios), un justiciero solitario en connivencia con Batman, (¿o acaso Batman no es un merodeador?). Los nefastos códigos de producción Hays obligaron a toda una generación de cineastas a hacer piruetas con los textos, creando grandes metáforas que parecen haberse cristalizado en un conjunto de alegorías codificadas.

Aquello que decía Aristóteles sobre el héroe (el héroe no es ni bueno ni malo, es ambas cosas) parece haber quedado reducido a una transición de carácter (más o menos) religioso, situación en la cual nuestro héroe por algún motivo (amor por ejemplo) pasa a ser un antisistema, héroe kalokagáthico o positivo, traicionando la fórmula que dice “ni bueno ni malo, es ambos a la vez”. Parece que no existieran libros como El Perdón de Derrida o el trabajo de Waters sobre las jóvenes del clan Manson.

Liam Neeson parece estancado en el rol de ángel caído. Mata gente pero siempre gente mala, que se lo merece, tópico con que el cine norteamericano parece redimir de antemano a todos sus sicarios, tanto legales como ilegales.¿Puede haber un sicario legal? (risas del que escribe). No, la paradoja del problema es que si hay sicario, hay operaciones ilegales, parece que el día a día de la política mundial está saturado de operaciones políticas ilegales, parece que no hemos superado la famosa corrupción del Imperio Romano (ver tomo 1 de la historia de la vida privada). Y que la periferia se da en reproducir sin cuestionar nada. El film y los filmes similares lo que dicen en el fondo es que hay algún tipo de acción que sólo en apariencia lo es, con lo cual nunca sabemos en qué estatuto entra el asesinato de mi vecino, después nos quejamos masivamente de la antigua KGB o STASI, de sus operaciones que de manera eufemística llaman encubiertas.

Fuera de toda contradicción, parece que dudar es peligroso, sospechar lo es más, desobedecer las órdenes, aunque en el plano metafísico redima, en términos del mundo fáctico (real) tal como es, sólo convoca a la muerte. Redimirse es morir, machaca una y otra vez el cine. A lo sumo, imagen extrañamente de moda, parece que todo film tiene que tener algún tipo de inmersión-bautismo-redención, de la misma manera que el siglo XII inventa el purgatorio para la usura, el nivel de criminalidad de estado o debido a grupos que pueden ejercer ese poder, puede financiar un teologia donde el sicario salve su alma. Sabemos que toda religión en todas sus vertientes, en última instancia discute lo mismo: la salvación del alma.

Parece, como dije al principio que la salvación del alma es la preocupación actual del actor, al que se suma su director Martin Campbell con una larga trayectoria en ese cine de acción para toda la familia. Un cine que habla de superación, de éxito, grandes tanques, como la la sub valorada Linterna Verde (2011, EEUU) que en definitiva tampoco se sale del marco de referencia.

La industria Norteamericana, parece tener una lucha enconada contra la vejez y la fealdad, comandada por laboratorios y clínicas, “la rinoplastía hacía furor en un Hollywood que ahora valoraba por encima de todo el glamour robótico y estandarizado, siguiendo el molde de Bubsy Berkeley”[1]; de ser una demanda enloquecida de productores, la relación entre la sociedad e industria hizo de los actores objetos de consumo y, como tales, publicitan diferentes artículos tanto con dudosos beneficios para la salud (alcohol por ejemplo), mientras elevan sus oraciones a una vida encantada. Si algo puede caer agradable en Liam Neeson es que envejece o, por lo menos, sus “refrescaditas” son poco perceptibles o no se ven los tubos de oxígeno al final del plató.

Se sabe que el envejecimiento de la población de multimillonarios en todas partes del mundo trajo a colación una creciente demanda por solucionar principalmente el Alzheimer, una enfermedad hoy incurable, principalmente producto de la vejez. Mientras se está desentrañando rápidamente el mal de Parkinson, el alzheimer queda en pie, sin respuesta, más que los dólares invertidos por los multimillonarios. Le llegó el turno al cine de tomar la posta del problema y algo que el film no tienen claro o no explora es la propia relación del cine con la memoria, algo que otros films sí hacen, pero no con la enfermedad de por medio.

Es una verdadera pena que el cine siga las normativas de los laboratorios y muestre una solución a la medida de los fármacos para un problema que devasta familias, un asesino silencioso quizás hubiese dado un marco polisémico a la historia, pero parece que al director es una pincelada de color como si fuese un cuadro de Bob Ross, un tip que permite darle a lo viejo una supuesta y renovada pátina.

Está claro que Campbell tiene claro cualquier libro de guión industrial, cómo empezar, dónde dar el giro, cómo y dónde finalizar con poco o nada de producción, un Liam que no cree un minuto que está perdiendo la memoria. Pero la publicidad de la solución farmacológica ya está en el cine, falta que Liam diga: “si yo lo tomo, es porque funciona” quizás en el futuro las películas ya no regulen las publicidades encubiertas sino que sea en sí misma un publicidad larga, cosa que ya lo son muchas.

Aún tenemos la esperanza que sean otra cosa.

[1] David J. Skal, Monster show, una historia cultural del horror; 2008, Ed. Valdemar España