Asesino Ninja

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Los ninjas o shinobis eran mercenarios que surgieron en el Japón feudal de alrededor del siglo 14. En realidad vienen a ser los primeros soldados comando de la historia, especializados en espionaje, sabotaje y asesinato. Al contrario que los tradicionales samurais, los ninjas eran asesinos al mejor postor, sin demasiadas reglas de honor. Pero lo que terminaría resultando fascinante serían sus técnicas stealth y sus sofisticadas armas, algo que terminaría por envolverlos en un aura mística de invencibilidad.

En Occidente los ninjas nos eran desconocidos hasta que aparecieron por primera vez en el cine en Solo Se Vive Dos Veces, en donde James Bond terminaba de formar parte de un escuadrón de ellos que combatía a las fuerzas de SPECTRE en Japón. Pero la popularidad de los ninjas vendría en los años 80, cuando surgiría una fugaz e intensa moda del género y con los filmes protagonizados por Sho Kosugi (que aparece, a modo de homenaje, en Asesino Ninja). Lo habitual es que fueran coproducciones serie B de calidad mediana para abajo. Luego de ello, entrarían en cuarteles de invierno o quedarían relegados a figuras secundarias y decorativas en películas como Mortal Kombat o Street Fighter.

Asesino Ninja viene a ser el primer esfuerzo de los estudios major de Hollywood en contar una historia del género con un presupuesto y un equipo técnico potable. Al mando está James McTeigue, quien viene haciendo las veces de director suplente (¿o testaferro?) de los hermanos Wachowski desde V de Venganza. Desde aquella escena en que V empezaba a lanzar cuchillos a diestra y siniestra en los túneles del metro en el 2006, se veía que McTeigue tiene pasta de sobra para dirigir acción. Y ahora le ha tocado en turno rodar una película en donde la historia es lo de menos, y lo que cuentan son las orgásmicas masacres hermosamente coreografiadas.

Porque en realidad Asesino Ninja no tiene mucha historia. En realidad el guión maneja dos tramas: el origen de Raizo y la conspiración actual que amenaza las vidas del ninja renegado, la agente de Europol y las fuerzas del orden. Mientras que el origen del protagonista es formidable - esto es Kung Fu, versión el lado oscuro de la fuerza -, nadie le avisó a los guionistas que debían escribir algo medianamente razonable sobre la conspiración que se transpira en el tiempo presente. ¿Por qué están todos en Berlín? ¿Van a matar a alguien?. ¿Cómo hace esta gente para ir y venir de Alemania a Japón como si estuviera a la vuelta de la esquina?.

Pero no importa. El filme compensa esa omisión con grandes creces. Por un lado hay un enorme clima de misticismo en torno a la figura del ninja - su entrenamiento, los ataques a sus víctimas, sus fabulosas armas - y por el otro lado está la acción. ¿Ya dijimos que era orgásmica?. Es como si a Kill Bill le hubieran puesto esteroides y la hubieran rodado con litros de sangre fosforescente (en vez de las tomas blanco y negro que eligió Tarantino para el combate entre la Novia y el Ejército de los 88 locos). ¿Es creíble?. No, pero ¿a quién le importa si esto es entretenido?

El cantante surcoreano Rain tiene carisma de sobra para llevar la película sobre sus hombros, y del otro lado Sho Kosugi destila maldad por todos sus poros. Los combates son formidables, y hay uno cada cinco minutos. La pantalla chorrea sangre y tripas, pero es gore en toda su gloria.

Lamentablemente el lado flaco del libreto - la trama en Berlín - y la oscuridad de las peleas nocturnas - en donde uno adivina lo que ocurre en pantalla - opacan un poco el filme. La crítica la defenestró, y en la taquilla le fue tibio. Y es una lástima, ya que últimamente hay tanta idiotez que explota las taquillas, que a Asesino Ninja le debería haber ido mejor. Era una película que se merecía una mejor recepción, ya que visualmente es sorprendente.