Arribeños

Crítica de Lucas Moreno - La Voz del Interior

Culturas híbridas

Arribeños es un documental que narra la historia y el presente del Barrio Chino de Buenos Aires.

Una tintura poética destaca en Arribeños, documental sobre el Barrio Chino instalado en los confines de Belgrano. Se trata de una poesía que fortalece el contenido antropológico, que le da nobleza al objeto de estudio. Su director, Marcos Rodríguez, no sólo observa estas curiosas calles camufladas por el kitsch oriental, también las contempla hasta descubrir en ellas una profunda belleza.

El documental se narra con habilidad económica: traza la historia del barrio al tiempo que ofrece una postal de su presente. Esta búsqueda resulta atractiva, ya que nunca vemos chinos contando frente a cámara sus peripecias en Argentina, aunque los escuchemos en off permanentemente.

El relato de los emigrados se acompaña de encuadres simétricos, estáticos y sublimes, mostrando cada rincón del Barrio Chino. Una narración coral que irá dotando de emoción la arquitectura; cada calle y esquina se resignificará en el transcurso del filme. Son las postales del barrio las que terminan sustituyendo a los rostros velados.

Pero no sólo las voces transforman el espacio, Arribeños decide retratar al Barrio Chino en sus cuatro estaciones, haciendo del paisaje una alegoría oriental clásica. Y en este punto es obligatorio resaltar el trabajo fotográfico de Ada Frontini, directora de la premiada Escuela de Sordos. Su labor es descomunal, apabullante y gloriosa: logra que el urbanismo sobrecargado y desprolijo de estas zonas comerciales luzca obsesivamente ordenado. No hay un solo encuadre carente de virtud, desde los planos generales con el arco de ingreso hasta los planos detalles de las mercaderías. Todo es milimétrico, minimalista, imágenes pensadas como haikus.

Una de las mayores dificultades al abordar temáticas antropológicas es caer en la condescendencia o en la apología, pero Marcos Rodríguez deja que la historia del barrio se cuente con simpleza, jamás manipula ni exacerba el desarraigo. Su rol como director consiste en intuir dónde la musicalidad de los relatos coincide con la fascinación de los lugares. De este modo, el relato fluye con naturalidad, las anécdotas no redundan y los encuadres alcanzan una respiración perfecta.

Bajo esta intuición, Arribeños se convierte en una película empática en el mejor sentido. A la comunidad taiwanesa asentada en la Argentina se la analiza, sí, pero antes se la respeta. Cuando la cámara ingresa al templo, la voz en off desaparece, invade el silencio. Cuando emerge la singular historia de un pintor, la cámara transmuta hacia espacios microscópicos e imaginarios. Estos detalles formales hacen al filme honesto y consecuente, casi un aculturamiento invertido: es Marcos Rodríguez quien empieza a sentir como oriental, arrastrando el relato hacia terrenos nostálgicos, pensando hasta qué punto una tradición extranjera invadió un país tan cosmopolita como el nuestro.