Argo

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

La gran evasión

El actor devenido director Ben Affleck, en su tercer largometraje, nos brinda una mirada demasiado hollywoodense sobre un hecho verídico, Esta situación se plantea en principio cuando, de manera totalmente intencional, hace nula referencia a sucesos acaecidos contemporáneamente, y en el mismo espacio geográfico a los narrados por el filme.

La película comienza con escenas de documentales de la época en Irán. En la década del ‘50 asume un gobierno democrático que se contrapone a los intereses de los Estados Unidos de América, principalmente en los temas relacionados al petróleo, nacionalizando los pozos y la explotación.

En 1953 el gran país del norte produce, promueve y ejecuta un golpe de estado, utilizando el brazo largo de su central de inteligencia C.I.A., colocando en el poder al Sha Reza Pahvlevi, cuyo reinado se mantuvo hasta 1979, año en que es derrocado por el Ayatolah Khomeini. En ambos periodos el único damnificado fue el pueblo iraní, acosados por el terror, con asesinatos de opositores a mansalva. Esto también es dicho en el filme, situación que promovería la lectura del texto como una denuncia y un mea culpa, vergüenza ajena y propia de los EEUU.

Allí, en Teheran, es donde transcurre la mayor parte de la acción. El 4 de noviembre de 1979 es tomada por asalto la embajada de los Estados Unidos. Los seguidores del Ayatolá capturan como rehenes a todos los trabajadores de esa embajada acusados de espionaje. Lo que no saben es que seis de los diplomáticos lograron escapar del edificio para refugiarse en la casa del embajador canadiense.

A partir de ese momento en el relato se produce un cambio en el registro de los acontecimientos para entrar de lleno en la ficción, el que reconstruirá los sucesos que tendrán como protagonistas a estos seis personajes en “busca”, o en espera, de quien los rescate. El autor intelectual y material de la ansiada liberación es Tony Méndez (Ben Affleck), un agente de la CIA especialista en rescates. Luego de cambios de ideas, una más delirante que la otra, construyen una farsa en la que un equipo de filmación de Hollywood se instalará en el centro mismo del conflicto para filmar una película a la que titulan “Argo”, que es la que le dará nombre a la misión, y al filme que estamos viendo.

El operativo, huida y liberación esta en marcha.

Posiblemente esta inclusión de la industria cinematográfica del gran país del norte sea la que promueva la mayor atracción del público, en la que por momentos se distiende la tensión provocada por la situación.

Tony hace contacto con el productor Lester Siegel (Alan Arkin) a través de un maquillador, escenográfo, director, y también productor John Chambers (John Goodman). En boca de ellos estarán los diálogos más cínicos, filosos y graciosos de toda la realización., sin tener miramientos a favor de nadie. Bajo sus lenguas aparecen críticas y parodias a todos, el presidente Carter, las producciones cinematográficas mediocres, los actores estrellas, los directores, los productores, y ellos mismos.

El filme esta planteado en su mayor parte en el género del thriller político, con secuencias donde la tensión dramática será la vedette que, a partir de un montaje sin demasiadas pretensiones, clásico por donde se lo mire, hace que terminen bien hilvanadas e integradas coherentemente al resto del texto, haciendo por momentos cruces de género que no perturban.

La solvencia entonces se puede encontrar en no haber traicionado los dictámenes de lo que se entiende desde la estructura narrativa cómo un filme clásico, a partir de un bien cuidado guión, apoyándose principalmente en las actuaciones de un muy buen elenco, donde se destacan los ya mencionado Arkin y Goodman, en tanto Ben Affleck cumple con su performance, mientras el resto de los intérpretes acompaña adecuadamente, el problema es que estos no tienen demasiada injerencia, pues su tiempo de permanencia en pantalla no es determinante en tanto y en cuanto estructura.

Por supuesto que los rubros técnicos, y los no tanto, son de muy buena factura. Alexandre Desplast es muy solvente en la construcción de climas a través de la música, al igual que el mejicano Rodrigo Prieto se ajusta en la forma de iluminar y fotografiar, tanto los espacios en que transcurren las acciones como a los protagonistas de las mismas.

El punto a mencionar es que nada se dirá, ni se hará la más mínima mención de los dos intentos fallidos de la operación “Garras de Águila”, respecto de intentos del gobierno de Carter tratando de emular al producido años antes, 1976, en Uganda, por el ejercito de Israel cuando rescató a los cautivos de un avión secuestrado en Entebbe, mientras el ejercito yankee no logró libertar a los rehenes de la embajada. Esta omisión puede ser entendida como patrioterismo “barato”, pues si bien la estructura que plantea, principalmente el director, es la de un filme de suspenso, todo es previsible por la invocación predecesora e imperante.

Muy pocos cineastas integrados al sistema de producción industrial de Hollywood se atreverían a otro tipo de discurso, situación que asimismo no desmerece la factura técnica y narrativa del filme, pero le aseguro que da otro aroma.

(*) Obra realizada por John Sturges, en 1963.