Argo

Crítica de Diego Curubeto - Ámbito Financiero

Hollywood y la CIA en un gran thriller histórico-político

Este es uno de esos casos regidos por el lema «la realidad supera la ficción». Contado en pocas palabras, el asunto podría parecer divertidísimo: durante la crisis de rehenes estadounidenses derivados de la revolución irani de 1979, la CIA intentó extraer seis ciudadanos estsadounidenses ocultos en la residencia del embajador canadiense simulando querer filmar una película de ciencia ficción tipo «La guerra de las galaxias».

John Goodman interpreta al maquillador John Chambers, el que le estiraba las orejas a Leonard Nimoy en su papel de Spock, y sobre todo, el responsable de las máscaras de la saga de «El planeta de los simios». Aparentemente, Chambers ya habia sido contratado por el gobierno para algún tipo de trabajo confidencial, y en este caso llamó a un socio (encarnado por Alan Arkin) para simular la producción de un film que pudiera requerir locaciones de Medio Oriente.

La historia es verídica, y fue blanqueada durante el gobierno de Clinton.

Lo mejor de «Argo» (el titulo del film ficticio pergeñado por la CIA como fachada para el rescate) es que no es nada divertido. Mas bien, genera un tensión de los mil demonios, y sólo en muy escasas escenas el director y protagonista Ben Affleck permite que la delirante estrategia aporte algún relieve humorístico.

Luego de un prólogo totalmente riguroso que explica los hechos históricos que llevaron a la revolución liderada por el ayatolá Jomeini, la primera secuencia del film muestra la invasión a la Embajada de Estados Unidos en Teherán. El tono supertenso queda así planteado, y sigue y sigue, logrando incluso que en algunos de los momentos más ridículos de la falsa producción de la copia berreta de «Star Wars» de la CIA, la tensión siga en pie, y el dramatismo también.

«Argo» es un gran thriller histórico-politico, con el que Ben Affleck vuelve a sorprender con su capacidad como director. La película tiene sólo dos problemas, dura un poco más de lo que hace falta, y especialmente en el desenlace hace flamear demasiado la bandera patrióticamente, lo que es toda una contradicción dados los hechos que plantea el riguroso prólogo ya mencionado.