Argentina, 1985

Crítica de Hugo Zapata - Cines Argentinos

Hay tres hechos históricos de nuestro país que siempre quise ver recreados en el cine y conforman una especie de "trilogía alfonsinista".

Me refiero al Juicio a la Juntas, el levantamiento carapintada de 1987 (ahí se esconde un tremendo thriller político) y el desquiciado copamiento del Regimiento La Tablada, de 1989, cuyas perturbadoras imágenes se transmitieron en vivo por televisión.

El primer caso finalmente se concretó en una producción amena que tiene la buena intención de rescatar la importancia del Nunca Más a través de un guión que cae en algunas omisiones desconcertantes.

La dirección corrió por cuenta de Santiago Mitre (La cordillera), quien presenta una obra inusual dentro de su filmografía, donde adopta una narrativa más pochoclera con el fin de llegar a todos los públicos.

Inclusive ese segmento de espectadores que no conectaron con sus trabajos previos y tal vez no se hubieran acercado a este film de no haber sido protagonizado por Ricardo Darín y Peter Lanzani.

En esta oportunidad el director elabora un relato que toma una notable inspiración de los tradicionales dramas judiciales de Hollywood.

En otras palabras, Argentina, 1985 está más cerca de las producciones televisivas de David Kelley (Los practicantes) que del cine de Oliver Stone o Costa-Gavras y ese perfil termina siendo un poco decepcionante.

Dentro del guión llama la atención el rol reducido que se le otorga a la contribución de los movimientos de los derechos humanos e investigadores de la CONADEP en la tarea de la fiscalía y la figura de las Madres de Plaza de Mayo, quienes terminan relegadas como extras en los tribunales.

Por momentos queda la sensación que la gesta del juicio fue la épica de un héroe solitario (Julio César Strassera) más representativo de las novelas de John Grisham que de los protagonistas reales que fueron parte de estos hechos.

Hacia el final tampoco se mencionan los indultos durante el gobierno de Carlos Menen, ya que el texto de una placa se limita a mencionar que años después hubo situaciones que derivaron en hechos de impunidad. Sin embargo la democracia sigue vigente.

Todo muy raro.

Por estas cuestiones, el contenido humorístico del guión que fue tan objetado por la prensa europea creo es el menor de los problemas en esta propuesta.

De hecho, el director maneja muy bien ese recurso y lo utiliza para descomprimir las situaciones turbias que rodean a los personajes.

Más allá de algunas cuestiones que se le pueden objetar al argumento la película también cuenta con numerosas virtudes que no se pueden pasar por alto.

La puesta en escena es completamente inmersiva y transporta al público al momento cultural y político en el que se desarrolla el conflicto.

Todos los detalles que presentan el diseño de producción en los decorados y los vestuarios son estupendos.

El relato nunca se excede con el melodrama y aquellas escenas que consiguen emocionar tocan fibras sensibles gracias a la ausencia de artificios.

Ricardo Darín, cuya composición de Strassera está a la altura de lo que se espera de un artista de su categoría, conforma una gran dupla con Peter Lanzani, quien desde hace un tiempo sobresale entre los mejores actores de su generación.

Dentro del reparto secundario Norman Briski encuentra el espacio para destacarse como un amigo confidente del protagonista y Laura Paredes ofrece algunos momentos magníficos en la recreación del testimonio de Adriana Calvo.

Si bien como espectáculo cinematográfico se disfruta y expresa un gran mensaje que no debe ser olvidado, a la salida del cine me dejó con ciertos sentimientos encontrados.

La historia es apasionante pero nunca llega desarrollar una mirada más amplia y profunda de los hechos al quedar limitada por la fórmula de los litigios judiciales hollywoodenses, con la clara finalidad de pescar una nominación al Oscar.