Apurimac: El Dios que habla

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

OBSERVACIÓN NO ES IGUAL A EXPERIENCIA

Ya desde su mismo póster y su sinopsis, Apurimac – El dios que habla se quiere presentar como una “experiencia sensorial visual y sonora”, y hay que reconocer que le pone empeño para cumplir su promesa. El film de Miguel Mato busca salir de los parámetros habituales del documental, indagando en el rito de renovación del puente Q`eswachaca, en el que participan cuatro comunidades con varios siglos de historia sobre sus espaldas, en el medio de la cordillera peruana. Y en buena medida lo logra, aunque eso no termine de traducirse en resultados completamente óptimos.

La apuesta de Mato es clara a lo largo de todo el metraje: una ausencia casi absoluta de diálogos o incluso voces, una concentración constante en la composición de las imágenes y la búsqueda permanente de darle entidad al paisaje, al cual convierte quizás en el verdadero protagonista. A la par, la utilización de una banda sonora donde prevalece la creación de atmósferas casi experimentales y un peso casi tangible del sonido, como sustentos para la observación de los espacios cordilleranos y las rutinas, tradiciones y rituales de las comunidades. Sin embargo, esa experiencia que se pretende hilvanar queda a mitad de camino, básicamente porque la articulación de elementos rara vez salen de lo remarcado y hasta la pose.

Es que toda experiencia requiere, aunque sea de manera indirecta o sutil, un hilo narrativo mínimamente consistente. Eso rara vez termina de aparecer en la película, a pesar del seguimiento de un evento particular y decisivo para la constitución identitaria de las comunidades. De ahí que se imponga una mirada distanciada, que solo en algunos pasajes se enlaza con las herramientas audiovisuales que despliega la puesta en escena. La labor de inmersión no consigue completarse –quizás por buscarse tanto, lo cual es toda una paradoja- y estamos ante un film que, a pesar de no buscarlo, es primariamente un documental de observación, que alterna entre lo didáctico y lo antropológico.

La cámara de Apurimac – El dios que habla está ciertamente fascinada pero eso no le alcanza para fascinar al espectador. Eso no le quita necesariamente interés, pero la aleja de su objetivo de convertirse en una experiencia distintiva.