Apuesta máxima

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Duelo bajo el sol

Cuando dejan de ser explicadas y discutidas en tono solemne por profesores y alumnos universitarios, las matemáticas se llevan bien con el cine. Debe ser por eso que Apuesta máxima trata de demarcarse de bodrios con aires de importancia como Una mente brillante o Los crímenes de Oxford saliendo rápidamente del espacio de la facultad para viajar a Costa Rica y hacer de las matemáticas el soporte de un complejísimo sistema de fraude internacional que le permite a los involucrados vivir una vida de lujos y excesos, todo en un clima amable, con palmeras, chicas en bikini y vista al mar. En medio ese paisaje, con el éxito y la riqueza como promesas tangibles, los números y las fórmulas se oxigenan con el aire de la costa, se sacuden el olor a encierro al que el cine siempre las confinó (salvo honrosas excepciones como El juego de la fortuna).Incluso el conflicto principal de la película mide su tensión por una desigualdad numérica: Ivan Block, el cabecilla a punto de retirarse de su trabajo en una red de apuestas online, se muestra desde el comienzo superando en probabilidades al protagonista desde toda perspectiva: tiene más años (más experiencia) que Rick, conoce al dedillo el negocio y sus puntos débiles, planifica todo por adelantado, es mucho más grande (si pelearan, Ivan ganaría la contienda sin problemas), y hasta podría decirse que la película lo presenta como un galán mucho más seductor y seguro de sí mismo que el joven inexperto que es Rick. Así las cosas, el camino del héroe consistirá en incrementar sus chances de ganarle a Ivan en su propio juego, de conocer las reglas y las maneras de romperlas para, finalmente, hacerse con el botín y la chica. Rick, un universitario expulsado salvajamente de Wall Street que tiene que volver a la universidad a hacer un posgrado (como el hijo brevemente independizado que enseguida debe retornar a vivir con los padres), solo tiene de su lado sus aptitudes para los números, y pertrechado con esa única arma tendrá que vérselas con las fuerzas de Ivan y balancear los recursos a su favor. En esa guerra silenciosa la película no se dedica a explicar nada, lo suyo son las matemáticas en movimiento, dinámicas, las que hacen que el mundo funcione como tal, y no los saberes abstractos y etéreos sobre los que debaten universitarios aburridos (al John Nash de ficción, protagonista de Una mente brillante, le habría gustado existir en una historia así, en la que los números sirven efectivamente para crear y desbaratar a su vez una trama de engaños y peligros –quizás de esa manera no se habría vuelto loco y paranoico imaginando conspiraciones vehiculizadas en números).

Cuando se dedica a retratar la escena del juego ilegal por internet y su sede off shore, Apuesta máxima es ágil, precisa, tiene capacidad para construir humor y logra involucrarnos en la aventura del desclasado Rick y su ascenso en la estructura digitada por Ivan. En el fondo, la película puede ser vista como el duelo de dos actores muy diferentes que se baten utilizando solo sus habilidades interpretativas: en uno de sus mejores papeles (casi tan bueno como el de Argo) Ben Affleck demuestra la serenidad del actor curtido que conoce a la perfección su lugar en la escena; su actuación es económica y expansiva a la vez; la enormidad de su cuerpo se adueña de los planos sin esfuerzo. Justin Timberlake, en cambio, se encuentra fuera de su elemento natural: la comedia. Si la estrella pop suele hacer personajes activos y en constante movimiento, aquí debe trabajar el doble: el camino de Rick incluye tanto la búsqueda del éxito en la empresa de Ivan como el desbaratar sus planes y vencerlo en su propio territorio. La primera parte de la película, cuando todavía el peligro parece lejano, Timberlake está en su salsa y vuelve a componer el yuppie decidido a todo que ya hiciera en Red social y Amigos con derechos. Pero cuando la trampa de Ivan empieza a revelarse, Rick debe procesar la amenaza y lo logra con mucha menos cintura que al comienzo. En todo caso, podría decirse que a Justin Timberlake le queda mejor la parte del éxito, las fiestas, los lujos y las conquistas que la del fracaso y la derrota; ese desfase actoral, puede pensarse, lo acerca a cualquiera de los que estamos de este lado de la pantalla (todos -vos, yo, ustedes- quisiéramos permanecer indefinidamente en la primera parte del relato).

Así las cosas, la película funciona bien mientras Ivan y Rick mantienen aceitado el vínculo de mentor y aprendiz; cuando esa relación comienza a romperse, Apuesta máxima pierde la soltura del comienzo y falla tratando de atar las múltiples líneas narrativas abiertas y en hacer creíble la transformación de Rick y su inverosímil plan maestro que lleva a un final igualmente forzado.