Apuesta maestra

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Miserias del capitalismo del juego

Gracias a Belcebú por Aaron Sorkin y Jessica Chastain, dos de los profesionales con más talento hoy trabajando en la industria del cine. El director y guionista y la actriz construyen en Apuesta Maestra (Molly's Game, 2017) un magnífico retrato de aquel “pequeño” emprendimiento de apuestas de póquer encabezado por Molly Bloom (Chastain), el cual a su vez funciona como un ejemplo de una red mucho más amplia de intereses económicos en torno al negocio del juego. Allí mismo radica la fuerza sutil de la película, en recrear dicho entramado de influencias y a la vez dar forma a una lógica narrativa súper aguerrida que no tiene nada que envidiarle a los opus previos de Sorkin como guionista, léase las extraordinarias Steve Jobs (2015), El Juego de la Fortuna (Moneyball, 2011), Red Social (The Social Network, 2010) y Cuestión de Honor (A Few Good Men, 1992). Aquí, en su ópera prima como realizador, vuelve a enlazar la pirotecnia verbal que lo caracteriza con una historia en verdad apasionante que no da respiro al espectador porque lo que pretende es precisamente recuperar aquel nervio realista del Nuevo Hollywood de la década del 70.

Para aquellos que no lo sepan, vale aclarar que la Bloom de carne y hueso atravesó un derrotero prácticamente idéntico al que expone la propuesta en cuestión: la mujer de joven estaba encaminada hacia una carrera profesional en el esquí pero un terrible accidente en las pruebas para las Olimpíadas le hace replantear su vida, por lo que se muda de Colorado a Los Ángeles y allí consigue un trabajo como camarera con la meta de disfrutar de algo de tiempo libre antes de ingresar a la universidad para estudiar derecho. Todo cambia cuando conoce a Dean Keith (Jeremy Strong), un chanta apático que le pide que sea su asistente y que eventualmente le asigna la organización de unas partidas semanales de póquer en un club nocturno en las que distintos personajes del jet set y el empresariado ganan y pierden miles y miles de dólares a pura rutina, una coyuntura que le permite a Molly aprender el oficio de a poco. Cuando las finanzas de Keith comienzan a sentir un cimbronazo por malas decisiones varias y el susodicho pretende dejar de pagarle como asistente, la mujer se corta sola y monta sus propias reuniones de póquer en un hotel lujoso con apuestas bien elevadas.

Sorkin nos ofrece una estructura retórica que va y viene entre el pasado lejano de Bloom con su padre Larry (Kevin Costner), un hombre muy exigente que la presionó para que sea la mejor tanto a nivel intelectual como atlético, el presente del relato circa 2013/ 2014 cuando es arrestada por el FBI bajo cargos de lavado de dinero y apuestas ilegales, lo cual la lleva a contratar a Charlie Jaffey (Idris Elba) como su abogado defensor, y finalmente la crónica detallada de este ascenso al estrato del juego de alto perfil, siempre entre las elites de la oligarquía del espectáculo, los deportes, los conglomerados económicos y el capital financiero; a lo que para colmo se suma un nexo con las mafias italiana y rusa al poco tiempo de que Molly decide trasladar su andamiaje de Los Ángeles a New York debido a que un tal Jugador X (Michael Cera) -que en la vida real todos sabemos que es el actor Tobey Maguire- la termina expulsando del negocio de las apuestas de la costa oeste. El eje del film pasa por la lucha de la protagonista para mantener su independencia en un mundo dominado por hombres ricos, egoístas y bastante patéticos, sin embargo la trama jamás cae en los estereotipos feministas de gran parte del cine esquemático de nuestros días porque prefiere no victimizar a Bloom en pos de edificar un pantallazo complejo sobre las distintas patas del ámbito de las apuestas y la manipulación cruzada entre las agencias estatales de investigación, el sistema judicial estadounidense, el crimen organizado, los capitalistas repugnantes de siempre y los popes de la industria cultural y sus intereses en todo el asunto.

De hecho, entre los asistentes a los juegos de Molly se encontraban figuras como Leonardo DiCaprio, Macaulay Culkin, Ben Affleck, Alec Gores, Andy Beal y el ya nombrado Maguire, a quien Sorkin acusa -no sólo a él, sino también a todos los demás por elevación- de ser unos sádicos horrendos que disfrutan más de destruir las vidas de los otros jugadores que del póquer en sí. En consonancia con lo anterior, sorprende la valentía del director porque además de su ingenio para los diálogos filosos y demoledores, el señor no deja pasar ni una sola oportunidad para disparar munición pesada contra todos los involucrados: al gobierno y el FBI los trata de simples chantajistas que le confiscan a Bloom el dinero de las apuestas -cinco millones de dólares- y la amenazan con prisión para que entregue los datos de los apostadores que concurrieron a sus mítines durante la década en la que se llevaron a cabo, a la alta burguesía la tacha de miserable, cruel y -en mayor o menor medida- adicta al juego, y finalmente no se olvida de la estupidez de las mafias rusa e italiana, la primera participando en los envites como si nada y la segunda presionando a lo bestia para quedarse con una tajada ofreciendo sus “servicios” para cobrar las deudas que varios apostadores tenían con Molly. El opus de Sorkin enfatiza en todo momento la decisión de Bloom de no recurrir a la violencia para recuperar su dinero y mantener a raya a los jugadores, algunos de los cuales o le declaraban su amor intermitentemente o le pedían crédito para continuar apostando o la estafaban haciendo algún tipo de trampa a lo largo de las extensas partidas.

Ese es precisamente el único rasgo condescendiente del film para con la antiheroína de turno, el reconocimiento de su rechazo a desbaratar la existencia de los que fueron sus “clientes” en el pasado, a sabiendas de que ir tras ellos no entra en su marco ético y además produciría un tsunami de insospechadas proporciones que le podría caer sobre su cabeza. Como de costumbre el desempeño de Elba es perfecto, no obstante lo de Chastain roza lo sublime: con Apuesta Maestra la norteamericana se termina de transformar en otro de los monstruos sagrados del cine gracias a una disposición vocal, física y actitudinal que la colocan muy por encima de casi todas las actrices del mainstream contemporáneo, ahora entregando una actuación arrolladora que esquiva la caricaturización y abraza el devenir de una mujer real, mostrándonos cada etapa anímica del camino que atravesó Bloom con precisión y astucia interpretativa. Aquí Sorkin nos regala muchas escenas memorables como la del accidente de la apertura, toda la secuencia centrada en el atormentado Harlan Eustice (Bill Camp), los intercambios entre Bloom y el Jugador X, la llegada de los mamarrachos que trae Douglas Downey (Chris O'Dowd) a la “pyme de Molly”, el tremendo ataque contra la protagonista, el encuentro a puertas cerradas entre ella, Jaffey y los representantes de la fiscalía, la charla con su padre cercana al desenlace y -por supuesto- el final en sí. Muy pocas películas en la actualidad alcanzan el nivel de excelencia de este debut, un trabajo maravilloso que desnuda las miserias y la corrupción de las altas esferas del poder cultural, económico y gubernamental, asimismo un enclave en el que las sonrisas superficiales esconden amenazas y un canibalismo despiadado, constantemente al acecho…