Aprendiendo a volar

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Cría cuervos

Jojo habita la zona rural de los Países Bajos. No es un chico como cualquier otro; eso lo muestra el director Boudewijn Koole desde las primeras imágenes, cuando el chico atraviesa corriendo un atajo para llegar al puente antes que la camioneta de su padre, camino al trabajo. Su madre es una cantante country de gira por los Estados Unidos y Jojo aprovecha para hablar con ella por teléfono cuando el padre está ausente. Pero lo fundamental, para él, surge tras su amistad con Yenthe, una chica algo mayor a quien conoce del equipo de waterpolo y, quizás, especialmente, cuando salva a una cría de grajo que cayó de su nido. Jojo transita ese camino intermedio, entre la adopción de una atípica mascota que irrita a su padre y un vínculo que pronto lo llevará a la pubertad. Y eso no es todo, porque la tensa relación entre Jojo y su padre tiene un trasfondo dramático, que explica la conducta del chico, pero tiñe al film de un misterio quizás innecesario, como lo es también la morosidad de sus protagonistas.