Aprendiendo a volar

Crítica de Fernando López - La Nación

Un remedio para la soledad

El kauwboy del título original no monta a caballo ni vive aventuras en el Far West. Es el nombre que en holandés lleva la grajilla, el ave de la familia del cuervo que el chico protagonista de esta historia adopta como mascota, porque el azar la ha puesto en sus manos y seguramente, sobre todo, porque hay entre los dos, el chico al que Rick Lens da vida con prodigiosa naturalidad, y el ave, de no menos llamativas "dotes actorales", cierta desdichada conexión.

Jojo, el inquieto y solitario protagonista de unos 10 años pasa la mayor parte del día solo. Sus padres están ausentes: él, en el trabajo al servicio de alguna fuerza de seguridad; la madre, como cantante de música country en una gira tan interminable por los Estados Unidos como para que a ningún espectador adulto le llame la atención que nunca se oiga su voz cuando Jojo recibe sus frecuentes llamadas telefónicas. El mismo espectador tampoco se preguntará el porqué del inexplicable y continuo mal carácter de ese papá todavía joven.

Kauwboy es, claro, una historia contada desde la perspectiva del chico, y lo que se percibe casi desde el mismo comienzo es que ni el padre ni el hijo, cada uno a su modo, se han resignado a aceptar el golpe que les dio la vida. Para que eso suceda les será necesario pasar otra vez por la misma dolorosa experiencia.

Es una historia pequeña, modesta, sin excesivas pretensiones, pero muestra la sensibilidad del holandés Boudewijn Koole para acercarse al mundo de los niños y para interpretarlo sin dejarse llevar por la sensiblería ni apelar al azúcar, aunque el tema central -las "vidas paralelas" de un chico y la curiosa mascota a la que da refugio y de la que recibe compañía- invitaba a la sobredosis sentimental.

A Jojo y Jack (tal el nombre con que bautiza a su grajilla) los une el azar. El ave cae del nido, pero en vano el chico la devuelve a su hogar: la cría es otra vez expulsada. No tiene otro remedio que llevarla a casa, aunque ya sabe que su padre opina que las mascotas no pertenecen a las casas, sino al exterior.

A Jojo las cosas no le resultan fáciles. No sólo carece de la contención que su padre, hosco y de modales bruscos, no puede brindarle. Además debe mantener a su protegida a escondidas de la mirada paterna. Pero algo mejora con la llegada de una nueva compañera, algo mayor que él, al equipo de waterpolo del que forma parte. Es una presencia que le despierta cierto novedoso interés. Suficiente para aligerar un poco el peso de su soledad. Por lo menos hasta que la crisis se manifieste, la verdad deba asumirse y el desencuentro entre padre e hijo termine disolviéndose,

A los méritos del film, cuyo director obtuvo distinciones en Berlín, Bombay y Troia, entre otros festivales, deben añadirse la excelente fotografía de Daniel Bouquet, la música de Helge Slikker y el notable desempeño del reducido elenco.