Aprendices fuera de línea

Crítica de Juan E. Tranier - La mirada indiscreta

Film Capitalisme

Lo que sucede con Aprendices fuera de línea (desastroso título local para The Internship) es que me vi dos horas de publicidad cuando creí que iba a ver una comedia. Sí, me reí, pero todo el tiempo me revolvía en mi butaca pensando que me estaban queriendo vender algo que no quería comprar. La idea de una mega-súper-corporación transnacional buena, cándida, que tiene como uno de sus ejes principales fomentar la diversidad entre sus empleados (tanto racial, étnica, como intelectual -ya que nuestros protagonistas distan mucho de ser personas inteligentes-, pero, curiosamente, no sexual, ya que, al parecer, no hay una sola persona gay que trabaje en Google) suena, sí, rara. Una compañía predispuesta a brindarle ese empujón que le falta a los micro-emprendimientos, pero también a las posibilidades de globalizificar cualquier producto con un mínimo de potencial (este término no existe, pero tampoco “google it”, así que no me importa, lo uso igual). Una película-publicidad, algo de lo cual, en este momento, no tengo recuerdo que se haya hecho antes, al menos no con tanta alevosía y de forma tan desvergonzada.

Lo realmente sorprendente es que Vince Vaughn, uno de los dos protagonistas y un tipo con un carisma muy particular, sea el guionista y productor de esta película/aviso publicitario encubierto, y que haya convencido a Owen Wilson, uno de los actores cómicos más refinados que hay actualmente, a subirse a bordo de este bodrio cargado de clichés, escenas harto predecibles y rodearse de secundarios que no tienen nada que hacer a su lado. No es casualidad que Nick Campbell (Wilson) se vea tan agotado y agobiado, quizás sea un malestar personal que el propio actor trasladó a su personaje: Wilson despliega encanto y comicidad, pero casi en piloto automático y de forma algo distante, como ya ido, desganado. Los mejores chistes recaen sobre Billy McMahon (Vaughn, que, al ser el artífice, realmente se pone la película al hombro) y los breves, pero hilarantes cameos, hay que reconocerlo, de Will Ferrell, Rob Riggle y John Goodman. Acaso porque son estos personajes los que denotan el malestar y la degradación del mundo laboral de una forma solapada y más bien discreta: vemos en pequeñas cápsulas como estos tres personajes secundarios son consecuencias de ciertas políticas de ajustes económicos en un momento particular del mundo (llámese “crisis internacional”), donde cada uno se las tiene que rebuscar para sobrevivir, vendiendo lo que sea, desde relojes o colchones, hasta sillas de ruedas motorizadas para ancianos, todo mostrado de forma, cuanto menos, nefasta.

Lamentablemente, esta punta nunca se desarrolla, se queda ahí, como una simple nota al pasar que se pierde entre tanto chiche tecnológico, un verdadero desfile de TODOS los productos Google que podemos encontrar “on the line” y que seguramente cambiarán nuestra vida (?). Es que Shawn Levy (director mercenario si los hay, capaz de hacer pelotazos como Una noche en el museo o La pantera rosa y cada tanto meter algún gol de casualidad, como lo fue Gigantes de acero) prefiere ponerse la camiseta Google y mostrar las (falsas) bondades del monstruo informático, transformándolo en la panacea del mundo laboral, en un lugar placentero donde hasta el más miope puede triunfar (¡googliness!). Olvidando, tal vez, que parte de la responsabilidad de la crisis económica actual recae sobre estos enormes grupos capitalistas multinacionales que monopolizan y abarrotan el mercado (google maps, google +, google earth, google wallet y muchísimos productos google-inútiles más), generando enormes vacíos donde lentamente se hundirán aquellos que no puedan subir a su barco, es decir, los desclasados, las minorías, los que no le sigan el juego a las marcas (Facebook, Twitter, Instagram, etc.), o las pequeñas compañías que andan por ahí intentado subsistir a la sombra de estos gigantes.

Que conste que la película en ningún momento se propone hacer la misma lectura crítica que estoy haciendo aquí. Simplemente se dedica a contar una historia ya transitada (unas mil veces más o menos), sin mucho oficio en realidad, con groseros errores de continuidad, personajes mal desarrollados (todo el team lyle tiene sabor a poco, cuando no insulso) y un devenir caprichoso, intereses románticos forzados y un final que roza lo vergonzoso. En definitiva, y a modo de recomendación, hagan con esta película lo que suelen hacer con los spams (publicidad no deseada): envíenla a la papelera de reciclaje.