Aprender a vivir

Crítica de Daniel Cholakian - CineramaPlus+

Derick Martini logra relatar con pequeños trazos aquellas cuestiones sinuosas, diversas, no lineales que ocurren en la vida. Esas cuestiones poco explicables y previsibles, que podrían asimilarla con esos síntomas inesperados de la enfermedad de lyme.

En los bosques que rodean el apacible suburbio donde viven los protagonistas, pacen ciervos mansos que llevan sobre si una amenaza: la enfermedad de lyme. Esta enfermedad, cuyo vector es una garrapata, es poco conocida y sus síntomas son diversos: dolores de cabeza, depresión, alteraciones neurológicas, entre otras. “Se siente como estar siempre alucinando con ácido” dice un poco en broma, un poco en serio, Charlie Bragg (Hutton) al joven Scott Barlett (Rory Culkin). Lo que cuenta Aprender a vivir es como en ese pequeño suburbio del mundo, donde la calma cotidiana de las familias cristianas parece no tener fisuras, la vida en común esconde, como en todas partes del mundo, defectos, patologías, alteraciones, síntomas ocultos. La vida de las personas adultas, comprenderán en este relato iniciático los jóvenes Scott y Adriana, padece la enfermedad de lyme.

Scott es un adolescente en estado hormonal, prototipo del flaquito, algo tonto y retraído. Un momento similar pasa su vecina y amiga de la infancia, Adriana (Emma Roberts), aunque ella es bella y está integrada entre los “populares” de su clase. Las familias son, aunque no lo parecen, eso que hoy llamamos “familia disfuncional”. Con todo ello Aprender a vivir es una de las tantas películas independientes estadounidenses que exploran el mundo de la crisis oculta de la burguesía media del interior del país, católica y blanca, a partir de las relaciones familiares, la hipocresía, la falta de objetivos y la carencia de proyección futura de los adolescentes.

Una elección muy interesante, y tratada de modo muy sutil en la película, es la ubicación temporal de esta la historia. La misma se desarrolla en los primeros años de la década de los ’80, en pleno auge del conservadurismo de la administración Reagan. Fue en ese tiempo durante el cual la profundización de la desigualdad económica, el crecimiento del presupuesto militar y la hipocresía religiosa fueron claves en la transformación del país.

La película presenta alrededor de esta trama y esta inscripción en la corriente establecida en el cine indie estadounidense, tanto rasgos interesantes como recursos muy poco originales. Estos, que realmente deslucen mucho de los méritos del guión y la realización, están principalmente centrados en los estereotipos juveniles y sus relaciones. El chico popular, la chica linda, el flaquito tontito enamorado secretamente de ella, el hermano machote que regresa de su alistamiento en el ejército. Estas construcciones organizan el universo de un modo muy prototípico, con lo cual la profundidad del análisis se pierde. El mundo adulto está trabajado sin dudas con mayores matices y también con más silencios. Es justamente allí donde reside lo más interesante de esta película. Aquello voz que, como el momento final del film, está dicho solo a media. Aquellas particularidades de los personajes y las relaciones que están contadas con indicios.

Derick Martini logra relatar con pequeños trazos aquellas cuestiones sinuosas, diversas, no lineales que ocurren en la vida. Esas cuestiones poco explicables y previsibles, que podrían asimilarla con esos síntomas inesperados de la enfermedad de lyme. Cuando sobre explica las cosas, ya en la vida adolescentes o en la noche de despedida del joven soldado, pisa el palito de las peores tradiciones del cine industrial. La estética provinciana, la complejidad de algunos personajes, el entorno que no parece no modificarse aun cuando subyacen situaciones complejas, las actuaciones controladas, son lo mejor del trabajo del realizador.

Esta película de 2008 es la primera realización de este joven director. Tres películas más, en post y pre producción, esperan ver la luz. La pregunta es si profundizará su perfil independiente y su talento para contar con indicios y de recuperar una estética propia de sus personajes marginales a la gran sociedad industrial. La existencia de algunos interesantes realizadores que lograron tener una carrera en este sentido, a pesar del mundo mainstream, nos permite mantener una esperanza.