Aplicación siniestra

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

CINE DEL MALO

Para que quede claro: Aplicación siniestra forma parte de ese corpus de películas de terror desesperanzadoras, que engrosan los catálogos del género, pero que poco a poco nos van quitando las ganas de vivir. Hablamos de films que nacen en el lugar mágico que antes ocupaban el cine Clase B y más tarde las películas de explotación, es decir, productos nacidos de la idea de ocupar espacio y saturar un mercado, o seguir extrayendo beneficios del filo del momento. Por supuesto la existencia de estos espacios de producción marginal es en general necesario y positivo, allí se han desarrollado grandes autores y productores especializados o no, pero también es el lugar donde aparecen películas que son insultos, gigantescas bolas de aburrimiento que pueden llegar a noquearnos si no estamos atentos, algo así como este film de Abel y Burlee Vang.

El mecanismo de Aplicación siniestra es simple y genérico: acumula una cantidad de lugares comunes del género y los mezcla un poco. Empieza con una premisa similar a la de Pesadilla (1984, Wes Craven), acerca de un monstruo que mata adolescentes en alucinaciones o sueños y que habita en el ciberespacio, o al menos domina los fundamentos básicos de programación para Android e IOS, ya que distribuye su maldad a través de una aplicación para celulares. Hasta aquí todo bien (o increíblemente mal depende el punto de vista), el problema es que desde el minuto cero los Vang demuestran no tener pericia para hacer una película: el prólogo por ejemplo, es de una falta de tensión notable, tan flojo que acota las posibilidades de la película inmediatamente, y sabremos desde el principio que Aplicación siniestra es un bodrio irremontable; pero luego aparece la maravillosa puesta en escena para empeorarlo todo, el decorado es una casa bastante grande y difícil de identificar, si los personajes no lo explicitan en alguna línea de diálogo nunca entendemos dónde están, siempre parece ser la misma casa con persianas cerradas y luz blanca con neblina que entra en un ángulo extraño, como si la luna estuviera estacionada en el patio delantero.

Además es una película sin gracia o sentido del humor, que a pesar de que se le ven todas las costuras sigue adelante como si nada. No vale la pena detenerse en las pésimas actuaciones, en los personajes unidimensionales con los cuales es imposible sentir empatía, o en el guión con ese subtexto burdo acerca de los peligros de la tecnología en la era moderna, que hace que un capítulo de la sobrevaloradísima serie Black Mirror parezca un texto de Walter Benjamin. Estos son lugares comunes del mal cine que si no son resignificados de alguna manera, son sólo eso, mal cine sin alma, es decir, basura.