Aparecidos

Crítica de Mariana Mactas - Crítica Digital

El fantasma represor

Si una película tan llena de torpezas como Aparecidos, debut del español Paco Cabezas, termina por emocionar un poco, es que algo en ella funciona. La mezcla de film de fantasmas y road movie de horror con dictadura argentina se adivina desde su título, una palabrita que en España es inequívocamente fantasmal y aquí, gracias al aporte semántico de los carniceros uniformados, tiene otras connotaciones.

La película abre con la llegada de los hermanos Malena y Pablo de Barcelona. Vienen a firmar los papeles para que su padre, con muerte cerebral, pueda ser desconectado de la máquina que lo mantiene en este mundo. Ellos apenas recuerdan al hombre, pero algo en Pablo, como de repente, lo lleva a exigir un viaje a Tierra del Fuego en busca de las huellas de ese señor que hoy tiene un tubo en la boca (hay una foto de familia en una casita del Sur; él no está en ella). Y hacia allá van, en el fotogénico Falcon rural de su papá, cortando el vacío de las rutas patagónicas en unas tomas panorámicas preciosas. Hay algunos baches, pero en el ritmo de la narración y en las actuaciones. Aunque si el espectador no se pone demasiado exigente o tiene cierta debilidad por el género, se verá recompensado por la convicción de la protagonista, Ruth Díaz, que termina por ganar la pulseada a los errores (irrita más, en verdad, el aire amateur de diálogos involuntariamente risibles).

Un diario íntimo escondido los lleva a descubrir la historia de una familia aniquilada veinte años atrás: el hombre (periodista y escritor) apareció en fosa común, pero su mujer e hija nunca lo hicieron. Los hermanos serán los únicos que pueden verlas, palidísimas, deambulando por la ruta nocturna en camisón blanco. Los sustos irán sucediéndose en esos encuentros, pues Pablo está empeñado en salvar a las muertas de la muerte. El disparate respira cuando exuda amor por el género de terror, pero se cuela, cada vez con mayor presencia, el tema de la represión. Lo hace con cierta eficacia en su explotación del gore –las torturas con picana, submarino y extracción de bebés a cargo de médicos enguantados. Y con mala puntería en la corrección política, con sus lugares comunes, a la que pareció sentirse obligada esta mirada extranjera de buen corazón.