Antonio Puigjané, el piru

Crítica de Charlot - Cine & Medios

Un fray en la tormenta.

Aun cuando pueda compartirse el escepticismo de Borges respecto de las clasificaciones (Otras Inquisiciones “El idioma analítico de John Wilkins”), muchas veces nos ayudan en el difícil arte de comunicarse. Las películas pueden agruparse por géneros o por muchas otras categorías, pero a fin de tratar la que motiva el presente, parece pertinente un orden que distinga entre aquellas que interpelan al espectador y las que no. Todo el cine del mundo entra en ambas clases. No hay en el distingo valoraciones, como si lo hay entre películas buenas y malas. Pues bien, "Antonio Puijagne, el Piru" es una muy buena película, que interpela. La circunstancia de que sea un documental no debiera ser relevante, aun cuando parece definitoria a la hora de las opciones de aquellos que solo consumen cine.El filme acomete el siempre difícil oficio de narrar una vida que, para colmo, aún está entre nosotros. Esa vida atraviesa momentos lacerantes de nuestra historia y convoca a personajes que aun transitan las noticias en lugar de tener su lugar en las necrológicas políticas.Y la interpelación no es solo para reflexionar sobre nuestra historia reciente y vigente, sino también para interrogarnos sobre los roles de la iglesia, la posición en la sociedad de los sacerdotes, la opción por los pobres y tantos otros tópicos que a diario desgrana el Papa Francisco. El fray de la película fue un pastor “con olor a oveja”, pero también con sangre política. Personaje central en el turbio proceso judicial de La Tablada, que evoca sus consecuencias presentes. Todos son temas abiertos y que permanecerán así por mucho tiempo, y por eso la contundencia del vínculo que demanda la película.Los documentales suelen opacar en su contenido la gramática de la obra cinematográfica. Es complejo estar siendo interpelado por la historia presente, conmovido por la intensidad de algunos gestos del personaje y a la vez percibir la orfebrería del montaje y la pertinencia del tratamiento emocional. Hay un momento visceral: el fray regresa a su prisión, en Caseros, mientras está siendo demolida: toda la secuencia, además de hermosa, es una página de muy buen cine.El ritmo tiene la intensidad del paso por la vida de un franciscano, humilde pero constante y sin decaer. Cada elemento de la estructura es mesurado. Zurita ha hecho un trabajo mayor que, lamentablemente, recibirá en “nuestro mercado” una repercusión menor.En definitiva, una convocatoria cinéfila, política, histórica y actual, a la que se debe asistir absolutamente desprovisto de pochoclos.Nuestra calificación: Esta película justifica el 100% del valor de una entrada.