Antes de la medianoche

Crítica de Alejandra Casal - El Espectador Avezado

Cruda, honesta, real. Así es la tercera entrega de la saga del director Richard Linklater, que tiene a Julie Delpy y Ethan Hawke encarnando una vez más a la francesa Céline y al norteamericano Jesse, los protagonistas de esta historia de amor prolongada en el tiempo.
En el comienzo hubo un tren, en donde tuvimos la primera aproximación a unos veinteañeros entusiastas que parecían tener el mundo por delante, quienes pasaron una intensa noche juntos en Viena, en la romántica Antes del Amanecer (1995). Nueve años después, en Antes del Atardecer (2004), presenciamos el tan ansiado –y postergado- reencuentro en París, en donde los ya treintañeros se burlan de sus ideales del primer encuentro (la falta de intercambio de datos, por caso) mientras exponen abiertamente sus miedos, su creciente cinismo ante la vida, especialmente ante las relaciones, y donde se confirma que este es un vínculo al cual no pueden –ni pretenden- decir adiós tan fácilmente.
Años más tarde, ahora con una hermosa Grecia como telón de fondo, estos entrañables personajes retornan para generar un sinfín de emociones.
En la tercera parte que ¿da cierre? a la saga, ya sin la evidencia de la lozanía y la juventud en sus cuerpos, con arrugas y transitando sus cuarenta años, los protagonistas lucen más bellos que nunca. Sus rostros evidencian el paso inexorable del tiempo, pero reafirmando la experiencia vivida, la vida compartida, con las alegrías y sinsabores que ello implica. Y esta es la línea narrativa que prevalece: la de Jesse y Céline profundizando esa relación, haciéndose cargo de la rutina, en ese intento por sostener los pilares de su unión, asumiendo las complicaciones.
El camino por recorrer no es ameno; se trata de un viaje emotivo en el cual estos personajes, soportados por las sólidas actuaciones de Delpy y Hawke, nos entregan su corazón y una visión realista sobre las relaciones amorosas.
Antes de la Medianoche reencuentra a Jesse y Céline de vacaciones en Grecia. Su situación sentimental queda en claro a pocos minutos del comienzo del film; han ocurrido cambios radicales desde que los vimos la última vez en Francia. Sabemos que él ha logrado consolidarse como escritor y que ella obtiene una oportunidad laboral que deseaba, aunque no sin dudas.
Pero esa situación que parece acomodada para ellos se ve desestabilizada por cuestionamientos que se hace Jesse sobre su relación con su hijo, con quien – entiende- debe pasar más tiempo. A partir de allí, y ante ciertas diferencias de criterios, se desatan una serie de conflictos (miedos, reclamos, inseguridades, y demás cuestiones), con los que ambos lidian a lo largo de la película.
Una vez más, los diálogos son inteligentes, brillantes y conmovedores, manteniendo el nivel expuesto en las anteriores entregas. Debates filosóficos, cuestionamientos de ida y vuelta a la moral y las convenciones, sagaces observaciones sobre la vida cotidiana. Hay momento para la risa, el llanto, y la ternura. Los protagonistas consolidan su nivel actoral al brindar interpretaciones sobresalientes. Hawke y Delpy son Jesse y Céline, y la química entre ambos queda demostrada en cada toma, en cada línea de diálogo que se dicen el uno al otro.
Es de destacar la evolución coherente de los personajes con el avance de los films. La neurosis y los miedos que Céline expresa en aquel inolvidable viaje en taxi en París, ahora se han acrecentado y se manifiestan a cada momento, llegando a un punto en que puede resulta exasperante, aunque revelando así también cierto grado de vulnerabilidad. Por su parte, Hawke entrega un Jesse con más aplomo, aunque con la simpatía y empuje necesarios para hacerlo un personaje querible. Tanto Céline como Jesse continúan buceando en la sinceridad con esa naturalidad que los caracteriza y que genera tanta empatía con ellos.
Linklater aplica un tratamiento amoroso a los personajes, a esa historia que continúa, y se nota en cada toma. En las primeras películas el director filmó preciosos planos de Viena, de París, con música de fondo que funcionaba como nexo con otras escenas de mayor intensidad dramática. Pero también hubo momentos musicales autónomos en cada film, que perduran como secuencias memorables.
Como esa complicidad compartida en la disquería al escuchar “Come Here" de Kath Bloom en la primera película; o el valz que le canta Céline a Jesse en su casa en París en la segunda y que, según nos deja en claro con sus gestos y miradas, lo enamora aún más. En esta tercera película, la fotografía toda está puesta al servicio de la narración.
Si bien la Grecia que nos entrega Linklater es bella – más precisamente en el paradisíaco Peloponeso- el director encuentra la forma de traducir en imágenes la melancolía que se manifiesta en la trama; imágenes nocturnas que también quedarán grabadas en la memoria. Con pocas escenas, pero sin escatimar en planos a la pareja, nos inserta en una honda familiaridad en su relación, una intimidad más profunda que en las anteriores películas, captando con gran naturalidad ese mayor conocimiento sobre el otro.
Una vez más, el film apela al juego de las opciones, y los interrogantes y las posibilidades quedan ahí, abiertos. La película interpela constantemente con una crudeza y sensibilidad que nos hace sentir que quienes están expuestos en la pantalla somos nosotros mismos. Y lo que ocurra a partir de ahí dependerá de nuestras expectativas y nuestra visión de mundo.
Cierre perfecto para una gran trilogía, Antes de la Medianoche es una película sobre el amor, la familia, las relaciones y el paso del tiempo. Una película como la vida misma.