Ant-Man and The Wasp. El Hombre Hormiga y La Avispa

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

TRUCO DE MAGIA

En el momento de su estreno, Ant-Man: el Hombre Hormiga representó una pequeña anomalía dentro del Universo Cinemático de Marvel, una especie de capítulo aparte, con una tonalidad distintiva dentro de ese mundo serializado y gigantesco. De hecho, fue bastante incomprendida -en parte a partir del prejuicio que surgió por los problemas de su producción, que incluyeron la salida del director Edgar Wright- o directamente subestimada por su estructura de comedia que progresivamente combinaba una trama de robo casi imposible, el camino de aprendizaje, el cuento de redención y la recuperación de relaciones paterno-filiales. Pero lo cierto es que no sólo fue un film muy logrado desde todo punto de vista, sino que también supo abrir el camino para otra extravagancia como Thor: Ragnarok. Algo similar ocurre con Ant-Man and The Wasp: luego de la solemnidad políticamente correcta de Pantera Negra y la acumulación de tramas y subtramas de Avengers: Infinity War, constituye un respiro que muchos podrán juzgar como redundante pero que en verdad era casi imprescindible.

Es que Ant-Man and The Wasp se propone verdaderamente como una secuela dentro del pequeño mundo del Hombre Hormiga y no tanto dentro del Universo Cinemático de Marvel, por más que hayan referencias dentro del relato a Capitán América: Civil War y en la secuencia de créditos se tomen en cuenta los acontecimientos de Infinity War (con un giro un tanto inverosímil, hay que decirlo). Lo que importa, de manera central, es lo que pasa con Scott Lang (Paul Rudd), quien quiere sostener el rol recuperado como padre pero que debe volver a calzarse la vestimenta de superhéroe para reconstruir el vínculo con Hank Pym (Michael Douglas) y Hope Van Dyne (Evangeline Lilly), ayudándolos en una misión para traer de vuelta a la esposa y madre que es Janet Van Dyne (Michelle Pfeiffer). Es decir, el hombre común y corriente -sólo capaz de ser extraordinario cuando se calza un traje construido por otra persona-, otra vez definiéndose por sus acciones y cómo estas afectan a sus seres queridos. Nada de catástrofes inminentes, planetas al borde la extinción o villanos megalómanos; sólo gente tratando de recuperar lo perdido en una odisea que por momentos los supera. De hecho, no hay en verdad un villano fuerte: el traficante de armas que interpreta Walton Goggins representa más bien un obstáculo y la antagonista que es Ghost (Hannah John-Kamen) es un ser maldito que busca lo mismo que los protagonistas.

Desde su posicionamiento como comedia de acción -con secuencias estupendas desde el humor- pero también como drama afectivo, casi ignorando al resto del mundo de Marvel, es que Ant-Man and The Wasp realiza el salto hacia la aventura de equipo. Y en ese salto, es donde no sólo surge un notable trabajo con lo espacial y las posibilidades que otorga el movimiento y el juego con los objetos -algo que ya estaba en la primera parte-, sino también con el rol que cumple lo temporal. La puesta en escena de Peyton Reed, a través del montaje, habla no sólo del tiempo pasado (y que es irrecuperable) sino también de ese tiempo futuro que está cerca de agotarse, en una carrera frenética para los personajes, donde todo cambia constantemente.

A partir de ese balance de lo espacio-temporal, y de cómo esas variables alteran a los protagonistas y sus entornos, es que la película construye otro gran gesto, que es la de proponerse -hacia dentro y fuera del relato- como un gigantesco y a la vez pequeño truco de magia. Lo mágico implica artificio, engaño, apariencias, superficies que mutan a cada instante, y lo mismo puede decirse del cine o las máscaras heroicas. Ant-Man and The Wasp explicita esto a través de los trucos de magia que Lang practica para deleite de su hija y de otros personajes con los que se cruza, pero también de su estructura narrativa, que apela a múltiples giros no desde la canchereada o el cinismo -como, por ejemplo, el Nolan de El gran truco-, sino desde el amor por el arte de contar historias. En estos tiempos de franquicias enormes, el reivindicar los conflictos terrenales y los pequeños cuentos puede ser el acto de mayor heroísmo.