Anónima: Una mujer en Berlín

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Con maestría y crudeza narrativa es recordada la ocupación rusa de Berlín

Filme de guerra, con pocas escenas propias del género, pero sí de mucha violencia. Violencia que ahoga, y que a mi particularmente no sólo por mi condición de judío, sino también a través del relato de la novela familiar, me toca de cerca. Se podría decir que, de no haberle sucedido durante la Primera Guerra Mundial lo que le sucedió a mi abuelo paterno, yo no habría nacido y mi viejo tampoco. Pero eso es otra historia.

La que aquí narra el realizador Max Färbeböck, con mucha maestría y sin ninguna delicadeza, salvo alguna que otra escena amenizada con música, donde no la hubo, es la tortuosa vida de un grupo de mujeres alemanas en el momento de la invasión del ejército ruso a Berlín, sobre finales de la Segunda Guerra Mundial.

La narración en primera persona es, en realidad, un diario íntimo escrito por una periodista alemana, cuyo marido, escritor, esta en el frente de batalla.

Ella es joven, alrededor de los 30 años, bella, valiente, audaz e inteligente, habla ruso, entre otros idiomas, y esto tanto la protege en los primeros momentos como que la expone en otros.

A muchos con lo que hable del filme les sorprendió el acto y/o el hecho narrado por la película, los soldados rusos haciendo abuso de esa superioridad de fuerza en relación a los prisioneros alemanes, en este caso eran civiles, mujeres, viejos y niños, que comenzaron sistemáticamente, sólo movidos por el deseo y porque podían, a violar a las mujeres que se refugiaron en los pocos edificios que quedaron en pie después de los bombardeos.

Pero esto es tan antiguo como la guerra misma, cuando en el siglo I a.c. el ejercito romano invade lo que luego será la provincia de Judea, en forma sistemática y como plan para hacer desaparecer todo vestigio de judíos, violan y embarazan a las mujeres para que sus hijos no sean judíos, pero los jueces del Sanedrín modificaron la ley y desde entonces rige la “Ley del vientre Materno”.

Pero volvamos al cine, y nada mejor que volver hablando del montaje de la película, el que no es lineal en tanto y en cuanto las secuencias tengan una relación continua, si es, si se quiere. de recorrido temporal directo. Los cortes temporales son en realidad bruscas elipsis, saltos violentos que hacen al relato, en el mismo orden se encuentra el diseño de arte, la escenografía recreada minuciosamente, tanto los exteriores como los interiores, sobre todo la fotografía con oscuridad plagada de detalles en esos ambientes cerrados, casi subterráneos, por la sensación de encierro que provocan. En tanto las escenas de la calle, donde lo que primaba era el polvo en el aire, están trabajadas como para dar sensación de invisibilidad a los sucesos cotidianos.

Todo sustentado por una trouppe de actores maravillosos destacándose Nina Hoss como la protagonista, August Diehl como el marido y Yevgeni Sidikhin como el oficial ruso amante de la protagonista.

Sí queda absolutamente claro, a partir de la mirada que instala del guionista y realizador, que el verdadero enemigo, el verdadero mal, es la guerra, para eso construye un relato sólido, sin golpes bajos, donde victimas y victimarios ocupan esos roles en forma alternada, en tiempos y espacios diferentes.

El libro que dio origen al filme, fue publicado en 1959 por primera vez y muy mal recibido por la sociedad alemana, que sólo quería dar vuelta esa página de la historia. La autora prohibió que se volviera a publicar mientras ella viviera. Sólo se pudo volver a editar en el año 2002, y hasta ese entonces se desconoció su nombre.