Anónima: Una mujer en Berlín

Crítica de Fernando López - La Nación

Caos y abusos tras la liberación de Berlín

"¿Cómo seguiremos viviendo?", pregunta y se pregunta a sí misma la protagonista ahora que la guerra terminó, su marido ha vuelto y entre las ruinas, que no son solamente las que están a la vista, sólo queda un enorme vacío. No hay respuesta. No se puede volver atrás: la guerra ha dejado sus marcas en todo, desde el alma de los que han logrado sobrevivir hasta el sentido mismo de palabras como amor o moral.

Con Anonyma , el cine alemán indaga otra vez en zonas dolorosas de su pasado, más precisamente en los últimos días antes de la capitulación, cuando las tropas soviéticas ya han comenzado a tomar Berlín y con ella a sus mujeres, que son violadas y esclavizadas como si fueran botines de guerra.

El film está basado en el diario que una de ellas (anónima, periodista y con conocimientos de ruso) llevó en esos días para dejar registro de las atrocidades de que fue objeto y del modo que halló para conservar un mínimo de libertad (la de elegir a quién entregarse) y sobrellevar la situación hasta el previsible final del conflicto; así, se convirtió en la compañera de un oficial ruso que la puso a salvo de los ataques de la tropa.

La compleja relación que se establece entre ellos ocupa el centro del relato, que el director Max Färberböck adaptó cuidando de mantener la desolación emotiva que según parece viene del original, pero presumiblemente incorporándole también algunos agregados en busca de ecuanimidad: suele aludirse a la perversión nazi, de cuya barbarie fueron testigos o víctimas muchos integrantes del Ejército Rojo. Por otro lado, la crueldad de las escenas del comienzo es compensada sobre el final con algunos apuntes que sugieren algún ánimo de reconciliación, difícil de imaginar en los textos de Anonyma.

Cuando éstos fueron publicados, en 1959, indignaron a los lectores, que acusaron a la autora de difamar a la mujer alemana; el rechazo fue tanto que Anonyma prohibió cualquier reedición hasta después de su muerte.

El film no avanza demasiado en el arduo asunto de la moral en tiempos de guerra, pero reproduce los hechos sin excesos ni sentimentalismos aun en los tramos finales, cuando cobra más intensidad emocional. A Nina Hoss se debe buena parte del vigor expresivo del relato, y también es excelente el trabajo de Evgeny Sidikhin.