Annie

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

New York girl

¿Para qué Annie? La respuesta para los productores, entre los que se encuentran Will Smith, Jada Pinkett Smith y Jay Z, quizás pasará, como ellos mismos afirmaron, por realizar “una moderna reimaginación de un querido musical”: una forma de abordar un pequeño clásico cinematográfico, teatral y literario desde una perspectiva actual, donde también la cuestión de la raza aporta otro tipo de visión. Pero el “para qué” más grande, más enigmático, correspondía al director y guionista Will Gluck, quien tenía en su filmografía una comedia muy inteligente y graciosa en Se dice de mí, pero también un film algo fallido en Amigos con beneficios, que se quedaba a mitad de camino con la mayoría de sus ideas.

La respuesta para Gluck termina pasando por seguir indagando en algunas de sus obsesiones que fue revelando en sus films anteriores. El realizador vuelve a interesarse por la construcción de la imagen a través de representaciones, artificios o discursos llevados a su hipérbole, con los medios de comunicación y las redes sociales como vehículos: la protagonista es adoptada por Will Stacks, un empresario que quiere convertirse en alcalde de Nueva York, cuyo asesor pretende llevarlo a ganar las elecciones básicamente construyendo una representación suya cercana a lo humano y familiar. Es así como Annie va exponiendo de manera bastante despiadada cómo los políticos pueden ser productos destinados al consumo de un votante, envases vacíos para que los electores depositen las expectativas que deseen, con el armazón de una familiaridad que no es tal, porque esa realidad que se está observando en verdad no es tal, está mediatizada y esconde otras superficies. El film luego va llevando su narración hacia un final donde lo humano y lo afectivo pueden adquirir un carácter verdaderamente real y tangible, pero no deja de haber una instancia de observación sobre la política como otra etapa del discurso publicitario y mediático que es sumamente cínica y hasta desesperanzada.

Pero lo mejor de Annie no pasa tanto por este análisis de discursos, que por momentos cae en cierta redundancia y superficialidad de razonamiento, sino por cómo se va constituyendo en una película sobre Nueva York, ciudad que refuerza su carácter cuasi inabarcable a partir de la mirada de la niña protagonista. Gluck realiza un más que atendible trabajo con los espacios y objetos, poniendo a los cuerpos a interactuar con todo lo que los rodea y a la cámara a moverse en función de ellos. No sólo desde la puesta en escena, sino también desde el montaje y las canciones, Annie es un film que rehúye el estatismo como si fuera la peste y que está casi siempre en movimiento, yendo para adelante todo el tiempo, aunque tropiece unas cuantas veces, al igual que su protagonista.

Se podrá señalar que las actuaciones en un elenco multiestelar no son parejas y que el realizador pierde en algunos pasajes el eje narrativo. Aún así, Annie no deja de ser una película con una identidad propia, con unos cuantos conceptos llevados a buen puerto y donde un cineasta como Gluck demuestra que sus virtudes, conocimientos y potencialidades siguen intactos.