Annabelle

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Le falta muñeca...

Ya se sabe que si hay algo que no abunda por Hollywood, son ideas, y que cuando una pega, como cláusula gatillo se dispara la secuela, la precuela o un spin off, que es como llaman elegantemente a echar mano a algún personaje de la película que fue éxito y hacerle su propia película.

Annabelle es eso, el ejemplo más acabado, y para más, fue y es un negocio redondo. A años luz de imaginación, climas, suspenso y pesadillas de El conjuro, costó casi nada (US$ 6,5 millones) y lleva recaudados 150 millones en todo el mundo.

Anabelle era la muñecota pelirroja que era utilizado por un demonio para atrapar el alma de un inocente. Así que años antes, aquí Anabelle es la muñecota que es utilizada por un demonio para atrapar el alma de un inocente.

La familia que cae en desgracia está en formación. Es un matrimonio embarazado de una beba, que una noche sufre el ataque de la hija de unos vecinos, que integra una secta satánica. A partir de allí, por más que se muden, Annabelle -la muñeca más cara de la colección que tiene Mia, la esposa- les hará la vida imposible.

Mia tiene apariciones diabólicas, la arrastran por el suelo, le estalla el pochoclo en la cocina, se corta con la máquina de coser, en fin, le pasa de todo. Al marido, que es médico y que siempre encuentra una explicación lógica a lo ilógico, no.

Deambulan por la trama Alfre Woodard, como una librera, y Tony Amendola como el cura -latino- que más que ayudar, baja línea.

Floja desde donde se la observe -hubieran disimulado el bajo presupuesto haciendo más escenas de exteriores, y no casi todo entre cuatro paredes-, Annabelle, de John R. Leonetti, no aporta nada, ni siquiera a los espectadores más jóvenes que hayan visto poco cine de terror.