Annabelle

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

El miedo tiene cuerpo de muñeca

Annabelle es un eficaz producto de terror surgido de El conjuro, aunque no está a la altura de aquel éxito.

Una de las mejores y más exitosas películas de terror de los últimos años fue El conjuro. Su fórmula consistía en revivir no sólo la estética del cine de este género de los años 1970 sino también su sentido del suspenso.

Annabelle es lo que en lenguaje técnico se denomina una precuela spin off de El conjuro. Es decir: una historia que cuenta un episodio anterior en el tiempo y cuyo argumento se desprende de un elemento de la película precedente. En este caso, de la muñeca expuesta en el gabinete de objetos extraños de los Warren, un matrimonio dedicado a estudiar fenómenos paranormales.

La reconstrucción de época vuelve a ser sobria y cuidada, pero sobre todo cargada de sentido. Sin dudas la distancia temporal aún relativa contribuye a que la atmósfera sea más siniestra que tétrica, al revés de lo que ocurre con las películas ambientadas en la era victoriana, por ejemplo.

Si bien un televisor en blanco y negro, una máquina de coser o un cochecito no plegable son objetos del pasado, conservan todavía un aura de familiaridad que los vuelve mucho más ambivalentes que un objeto del siglo XIX reglamentariamente terrorífico.

No obstante, la muñeca sí es más antigua, y eso genera una especie de anacronismo, funcional a la trama, pero un tanto inverosímil, porque nadie en su sano juicio podría convivir con una criatura inanimada tan reluctante (por no decir repulsiva) en su casa. No es raro que su presencia resulte más poderosa cuando se la muestra de forma parcial (los pies, el perfil o la sombra).

Pero no sólo los objetos remiten al pasado en Annabelle, también se menciona a los asesinatos cometidos por la secta de Charles Manson, una de cuyas víctimas fue Sharon Tate, la actriz esposa de Román Polanski, el director de El bebé de Rosemary, la película canónica sobre posesiones diabólicas que involucran a un recién nacido.

En el fondo -y no tan en el fondo- la historia es la misma: una madre (la impresionante Annabella Wallis) que trata de defender la vida y el alma de su bebé. Es obvio que John Leonetti, más experimentado como fotógrafo que como director, juega con las reglas (y con las expectativas que estas provocan en los fanáticos del terror) y las subvierte de manera sutilísima.

Lamentablemente, ese recurso se transforma en una especie de tabla de salvación narrativa al final, lo que produce una decepción más perdurable que las contadas veces en que por falta de fe en la invisibilidad del mal necesita mostrar al demonio.