Animales nocturnos

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

NO HAY PEOR HORROR QUE EL VACIO

Pareciera que Tom Ford, quien primero saltó a la fama a partir de su labor en el campo de la moda, quisiera poner en crisis ese lenguaje a partir de su transposición al ámbito cinematográfico. Primero con Solo un hombre y ahora con Animales nocturnos, el realizador construye films donde las superficies y apariencias son expuestas en sus fragilidades, aunque en verdad su apuesta va más lejos: hay varios lenguajes y géneros en pugna, en un rompecabezas narrativo que habilita la fragmentación estética.

Ya desde su mismo inicio, Animales nocturnos se propone incomodar, a partir de la exhibición de cuerpos obesos desnudos, cavilando incluso sobre la provocación a partir del malestar. La película exhibe de forma crítica la pose supuestamente desafiante de ciertas clases altas (tan formadas artística y culturalmente) a la hora de mirar el mundo, en una meta reflexión al cuadrado. Pero a Ford no sólo le interesa el paisaje burgués de Nueva York y Los Angeles, y por eso, basándose en la novela de Austin Wright, hace foco en Susan Morrow (perfecta Amy Adams), dueña de una galería de arte con su vida personal y laboral en crisis, que recibe una novela, a punto de publicarse, escrita por el que fue su primer marido (Jake Gyllenhaal), con quien no terminó precisamente de la mejor manera. El relato que va leyendo es un policial situado en el oeste de Texas, una de esas narraciones ásperas y violentas donde la venganza y la justicia por mano propia son los ejes conductores, y cuyo protagonista -no casualmente- es el propio Gyllenhaal, encarnando un doble rol que no deja de ser uno solo.

El contraste entre el universo clínico y despojado en su supuesta perfección que habita Susan, y el mundo mugriento, crudo y hasta horroroso que le presenta la novela es sideral, pero hay puntos de contacto entre ellos. Esos lazos están precisamente en Susan, en esa lectora que construye un imaginario determinado desde su propia interpretación, que incluye la sospecha de una revancha simbólica y encubierta que termina de desestabilizar su ya poco estable existencia. El film se fusiona con la estructuración literaria y pone al espectador en el lugar de Susan, no sólo porque todo lo que se ve está enmarcado a partir de su punto de vista, sino porque la confusión del personaje es definitivamente contagiosa: en Animales nocturnos las líneas narrativas interactúan, poniendo a dialogar las obsesiones y fantasmas personales con los elementos artísticos, de una forma no precisamente tranquilizadora.

Lo más interesante (y a la vez atemorizador) de Animales nocturnos es cómo se hace cargo del lugar de la recepción en la construcción de la obra: si la novela que lee Susan sólo cobra vida verdaderamente a partir de que ella la lee, otorgándole rostros a los protagonistas y características determinadas al espacio-tiempo que habitan (hay un plano que involucra a un sofá que es toda una declaración de principios); somos los espectadores los que debemos completar las grietas de significado expresadas en los dilemas de la protagonista. Todo es imaginario y fabricación, parece decirnos Ford, mientras arroja pequeñas pistas (¿verdaderas? ¿falsas?) cuyos enunciadores son estrellas como Michael Sheen, Laura Linney, Michael Shannon, Isla Fisher y Aaron Taylor-Johnson, en varios casos en papeles pequeños pero decisivos.

A medida que avanza la trama, las líneas divisorias irán disolviéndose, confluyendo las categorías de enunciador y enunciado, de creador y creación, de lector y obra. Y aunque por momentos Ford parece caer en su propia trampa, mordiéndose la cola y entrando en la misma pose estructurada que parece querer deconstruir, tiene la inteligencia suficiente para darse cuenta qué es lo que debe contar y qué no. El verdadero temor que transmite Animales nocturnos -que dentro de su narrativa policial y dramática no deja de ser esencialmente un film de horror- pasa por la insatisfacción y la incertidumbre, por cómo elude las respuestas fáciles, dejando todo al azar que implica la interpretación que pueda edificar el público. Por eso su cierre llega en el momento justo, expulsando pero también capturando al espectador.