Animales nocturnos

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

El esteticismo y la sangre seca

La película de Tom Ford se sumerge en un pantano psicópata. Lo hace a través de la culpa, el consumo y la venganza.

Segundo largometraje de Tom Ford y qué lástima que medien ¡siete! años entre los dos. En Sólo un hombre (2009), un herido Colin Firth, al borde del suicidio, procuraba sobrellevar la pérdida de su amor. La película está basada en la novela de Christopher Isherwood, publicada en 1964, uno de los títulos de referencia para pensar homosexualidad y literatura.

Con Animales nocturnos, el realizador ‑reconocido diseñador de modas‑ lleva a la pantalla la novela Tres noches, de Austin Wright. El título del film, a su vez, toma el de la novela dentro de la novela. Es decir, en Tres noches (editado por Salamandra), la protagonista lee un manuscrito del próximo libro de su anterior esposo. La narrativa se desdobla, espeja situaciones y despierta inquietudes.

Que el inicio del film se acompañe del baile de mujeres desnudas y excedidas en peso, no puede menos que alertar. Más aún cuando la película viene precedida por la firma de un modisto de marcas reconocidas. Esos cuerpos bamboleantes se revelarán funcionales a la instalación o muestra de Susan, la artista/empresaria que compone Amy Adams. Con su mirada caída, sonámbula, ella agrega: todo es basura.

Susan atraviesa una crisis de pareja y hace días que no duerme, si bien el éxito económico/estético la acompaña. Ella es la encarnación de una fricción reconciliada. Dinero, estética/esteticismo, publicidad, arte. En este sentido, la construcción formal que de los encuadres propone Ford es prístina: todo en su lugar, como si fuese un paraíso plastificado.

Por otra parte, el abismo al que arroja la lectura del libro de su ex (Jake Gyllenhaal), aparece como el reverso: una pareja y su hija adolescente parten de viaje y atraviesan el desierto texano durante la noche, hasta que la pesadilla comienza su derrotero. La violencia aparece y con ella un ángel vigía: el policía Bobby Andes (Michael Shannon).

Si en el primer caso, el film se propone como un muestrario de retórica icónica, consciente de su banalidad y clichés; en el otro, lo hace a la manera de un relato criminal, sucio de arena y tierra. La sangre no tardará en aparecer. El desdoblamiento narrativo, en todo caso, no es otra cosa más que el resultado de una mirada social distorsiva. La violencia, justamente, ya estaba presente durante el inicio de los cuerpos desnudos, en la belleza con la que no condicen, en lavernissage para la que se los maquilla.

De esta manera, Animales nocturnos desprende una lucidez crítica que se cubre de disfraces. Es una película de suspenso, tiene aristas de neo‑noir, tematiza la justicia por mano propia, pero por encima de todo ello, lo que destila es la sensación amarga de lo que ha sido, de lo que ya no será. También, claro, es una película sobre la venganza. Es cierto que tiene momentos que subrayan demasiado lo que está preclaro, pero no se trata de un aspecto que haga mella en la propuesta.

Vale decir, llegado el desenlace, cuando el ánimo del espectador entienda que lo que sigue será similar a lo ya visto en cientos de películas, Tom Ford pega un giro y hace de la resolución un momento contundente, coherente. Dado que se trata de una película sobre la venganza, habrá ojo por ojo, pero éste será poético, desesperado y suicida. Sin porvenir. También hay diente por diente, y de una manera fría, astuta, despiadada. Mucho más hiriente que cualquier disparo.

Eso sí, hay que entender que se trata de una mirada extrañada. Susan no duerme desde no sabe cuántos días. Al respecto, el cine tiene la virtud de provocar imágenes que no existen, tal vez oníricas. Basta sumar dos de ellas para provocar una tercera, pero en la mente del espectador. Es por eso que más vale tener presente que del crimen atroz que refieren las páginas de la novela no hay evidencias claras, no hay momentos fílmicos que lo señalen. Es el ánimo de quien enjuicia el que guía, junto al nervio psicópata del espectador, que adviene cómplice.

Por otra parte, no hay un plano dentro de todo el film en el que se señale realmente el rostro del ex marido, cuyas facciones servirán también al del personaje literario. Quien lee es la imaginería de Susan, y lo hace a través de sus recuerdos de juventud. Toda la película es su consecuencia. Entonces, ¿qué ocurrió, de veras, entre Susan y su ex? Tamaño desconcierto. Tal vez sea la esencia de la película.