Animales Fantásticos: Los Secretos de Dumbledore

Crítica de Guillermo Courau - La Nación

El universo de Harry Potter, con sus secuelas y precuelas, se sabe único y particular, como también incondicional para sus fans más acérrimos. Suerte de miembros de una logia, que llegan al cine disfrazados, gritan, lloran o se emocionan, viendo mucho más allá de lo que ofrece la pantalla.

Con semejante entorno es muy fácil sumarse al tren del entusiasmo y celebrar cada logro de Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore con fervor. Sin embargo cuando se apaga la pantalla y baja el frenesí, salen a la superficie algunos problemas que conspiran con la que podría haber sido la mejor película de la saga.

La trama de esta tercera entrega comienza algunos años después de los acontecimientos de la película anterior. Gellert Grindelwald (ahora interpretado por Mads Mikkelsen, luego de la salida por la puerta de atrás de Johnny Depp) está más decidido que nunca a liderar el mundo mágico, esta vez a través de elecciones, y mediante la manipulación de un Qillin bebé, animal mágico parecido a un ciervo que puede señalar a aquel que tenga condiciones para convertirse en un líder honesto, sabio y justo.

En un desesperado intento por detener a Grindelwald, Albus Dumbledore (Jude Law al que, a pesar del título se lo ve bastante poco) reune a un grupo de viejos conocidos: Newt Scamander (Eddie Redmayne), su hermano Theseus (Callum Turner), Jacob Kowalski (Dan Fogler), Yusuf Kama (William Nadylam), Lally Hicks (Jessica Williams) y Bunty (Victoria Yeates); en otras palabras, todos los que tuvieron cierta relevancia en el film anterior.

Con un punto de partida bien asentado gracias a las películas precedentes -especialmente la segunda-, todo hacía suponer que esta nueva entrega llevaría la historia a un nuevo nivel, pero no. La decisión de poner el acento en los aspectos más personales del profesor mago, como por ejemplo su interés romántico hacia Grindelwald, como así también en subtramas menores que no logran concitar mayor interés (la relación interrumpida de Jacob con Queenie, el trauma de Credence por sentirse abandonado por su propia sangre), termina ofreciendo un producto vistoso pero plano, llevadero pero carente de golpes de efecto.

Sin embargo hay cosas que rescatar. El binomio de J.K. Rowling y Steve Kloves en el guion, al que se suma David Yates en la dirección, es garantía para que el “universo Potter” este cabalmente representado, con referencias, guiños y una puesta en escena en la que el fan podrá sentirse “como en casa”. Se agradece y se disfruta.

También en la columna de lo positivo está el trabajo de Mads Mikkelsen, cuya composición de Grindelwald se aleja de la extravagancia de Depp, ofreciendo un villano más contenido, y a la vez mucho más interesante. Las dos escenas más importantes que protagoniza con Law -una al inicio y otra sobre el final- son los mejores momentos del film, con un diálogo mínimo que da lugar a un ida y vuelta de miradas y gestos, repleto de matices y sobreentendidos.

Ni tanta aventura, ni tantos animales, ni tan fantásticos. A casi cuatro años del estreno de Los crímenes de Grindelwald, Los secretos de Dumbledore mantiene viva la llama de la franquicia. Pero más que aportar elementos nuevos de cara a las supuestas dos continuaciones por venir, se contenta con cerrar aquellos cabos sueltos que habían quedado abiertos. Una verdadera lástima.