Animal

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Lars Von Trier, Alejandro González Iñárritu, Michael Haneke, Yorgos Lanthimos... la nómina de realizadores prestigiosos especializados en indagar en los instintos más bajos del ser humano es amplia y variada. A ellos se les suma Armando Bo con Animal, un film que apunta todos sus cañones a pensar la maldad y el egoísmo como elementos constitutivos, intrínsecos e inexorables.

Coguionada a cuatro manos por el responsable de El último Elvis y su habitual socio creativo Nicolás Giacobone, Animal narra las vivencias de un hombre envuelto en una situación límite, anormal aunque no extraordinaria. Pero, a medida que el panorama se complejice, la situación se volverá una lucha por la supervivencia del más fuerte, empujando a ese hombre a un tour de force emocional y físico del que todo su entorno saldrá herido.

Antonio Decoud (Guillermo Francella) es el gerente de un frigorífico de Mar del Plata con un buen pasar económico, el padre de una familia bien constituida (tres hijos, una esposa interpretada por Carla Peterson) y dueño de una casona en la zona más coqueta de la ciudad balnearia. Esa estabilidad tambalea cuando uno de sus riñones empieza a fallar e ingresa en la lista de espera para un trasplante. La primera solución es una donación de parte de su hijo mayor, algo que no ocurre debido a que el chico sale literalmente corriendo de la puerta de la clínica.

No es casual que Armando Bo haya adquirido renombre gracias al guión de Biutiful, de Alejandro González Iñárritu (luego trabajó también en la ganadora del Oscar Birdman). Como en las películas del director mexicano, el conflicto es el disparador de un largo espiral de desgracias que acelerará sus giros cuando, desesperado, Antonio busque donantes en Internet a cambio de una casa y entren en escena el potencial “vendedor” (Federico Salles) y su novia embarazada (Mercedes De Santis).

Esta pareja de clase baja, a punto de ser echada del ominoso conventillo en el que vive, encuentra el camino hacia una casa propia, a la vez que asoma como amenaza de la rutina y el orden familiar de Antonio, con visitas sin aviso y autoinvitaciones a cenar cada vez más recurrentes. A medida que el film avanza, el donante se vuelve la encarnación perfecta de una otredad peligrosa. Y pobre, lo que no hace más que incrementar los temores de Antonio y compañía.

De ahí en adelante, con Antonio luchando una doble batalla, el film apostará por una tensión creciente centrada en la acumulación de situaciones cobijadas por un universo que irá volviéndose cada escena más cruel y despectivo, con seres aumentando exponencialmente su miserabilidad y egoísmo. Más allá de las actuaciones sólidas y de la factura técnica irreprochable, más allá de la elegancia formal y de la potencia de un relato trepidante, asoma la mirada de un realizador dispuesto a todo con tal de mostrar, por si hiciera falta, que el mundo fue una porquería no sólo en el 510 y en el 2000, sino también en 2018.