Aníbal. Justo una muerte

Crítica de María Bertoni - Espectadores

Aníbal según él mismo, bajo la mirada amorosa de su hijo Julio, según artesanos de la Feria de Plaza Francia, según un colectivero de la Línea 17, según algunos recortes periodísticos, según una secuencia de Gatica, El Mono, según el encuentro que el rival ocasional del legendario José María mantuvo con el actor protagónico de la película de Leonardo Favio, Edgardo Nieva. Es consistente la semblanza que Meko-Pura filmó de este boxeador argentino que supo pelear en la liga profesional, incluso enfrentar al campeón también apodado El Tigre, y que hace décadas convive con el fantasma de un contrincante abatido en el marco de una contienda mal llevada.

Las explicaciones del Dr. Jorge De Marisco de la Federación Argentina de Box le agregan un marco teórico interesante a este retrato que rescata del reduccionismo periodístico al púgil apellidado Di Santi o Di Santis según la ocasión, y del yugo espectacular que Hollywood le impuso al box. A contramano de lo que parece adelantar su título, este largo ofrece mucho más que el recuerdo del duelo trágico con el italiano Mario Storti.

Mientras desarticula algunos de los prejuicios que pesan sobre el boxeo y los boxeadores, Aníbal, justo una muerte reivindica la nobleza y lucidez de un luchador todo terreno. Por otra parte resucita a la Buenos Aires de mediados del siglo XX cuando conjuga con tino los versos que recita el propio Aníbal con una discografía acorde y con un fresco de Benito Quinquela Martín.

Algunos espectadores nos permitimos cuestionar la pertinencia de los segmentos de ficción estipulados por el guión que Meko-Pura escribió con Ariel Contini. Los mismos sujetos lamentamos algunas deficiencias en la calidad de sonido –sobre todo en las entrevistas al aire libre– así como el error ¿tipo u ortográfico? que creemos encontrar en el apellido Disanti.

Sin dudas, pesan más las decisiones narrativas acertadas, por ejemplo la filmación de la pelea entre perros callejeros en contraste con los duelos arbitrados en un ring, o el seguimiento del personaje durante años. También resulta original –y enternecedor– el encuentro del protagonista con el actor que encarnó a Gatica bajo las órdenes de Favio.

Aníbal, justo una muerte resulta un homenaje conmovedor a un hombre, a un tipo de argentino, a nuestra Buenos Aires, a un deporte con mala fama. Ojalá el primer documental de Meko-Pura dé con otra (merecida) oportunidad de exhibición cuando el viernes próximo abandone el cine Gaumont.