Angry Birds

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Abuelo, yo sé que ya le pasó antes. Le pasó con el Pac-Man hace más de 30 años. Usted lo veía en cartucheras, mochilas, remeras, lápices de colores, globos, etc. pero no podía descular de dónde venía toda esa parafernalia que nosotros, sus nietos, le llevábamos a la mesa de la cocina. Luego supo que era un video juego, y jamás le hubiese apostado un peso a que esa figura redonda e inexpresiva se iba a convertir en un ícono de nuestro tiempo. Al menos de los que acusamos más de cuarenta pirulos.
Ahora con Angry birds (pájaros enojados, en inglés) a la siguiente generación le pasa lo mismo. Ahí van nuestros hijos hacia la falda de nuestros padres con la misma parafernalia. Uno pasea por Buenos Aires o las grandes capitales del país y se puede ver el afiche por todos lados. Es una película, sí, pero ya hemos visto estas figuras miles de veces antes. Principalmente ese gráfico rojo ocupando gran parte de un cuadrilátero con ojos, pico y ceño fruncido. Lo vio. Estoy seguro. El ídem de hace tres décadas y algo, pero de otro color.
Ahí andan los abuelos de Argentina, y del mundo, tratando de elucubrar o darle sentido a las palabras pronunciadas por las toneladas de nietos a los que tratan de explicarles de qué demonios se trata “Angry Birds: la película”. Bueno… vea… es otro video juego. Es de destreza y precisión. Una mezcla de tiro al blanco-con-dominó que consiste en un escenario plano. De un extremo izquierdo los personajes “buenos” con distintos poderes, siendo expulsados, honda mediante, hacia el extremo derecho para hacer caer a los “malos” en trampas explosivas, evitándolo uno a su vez, sino se pudre todo, para luego llegar a una meta que abre una nueva etapa más complejamente elaborada. Los “buenos” son aves iracundas (vaya paradoja). Los malos son chanchos verdes (vaya arbitrariedad).
Aunque parezca mentira se pudo (se tuvo que) hacer un guión cinematográfico con estos elementos, y gracias al lenguaje y convención de éste siglo la cosa funciona bien. ¿Sabe por qué? Porque todo nació en 2009 de una empresa finlandesa. Tres años después el videojuego batió récords de descargas en aparatos como el celular que usted tiene en este momento en el bolsillo. Es decir, el afuera, lo visual, ya estaba diseñado. Había que sentarse a pensar un contenido.
No es común ver ejemplos como éste estreno desde el punto de vista del disparador de la construcción de una historia. Salvando las distancias, es como si a un libretista de antaño le hubiesen encargado escribir las desventuras del “pelado” del emblemático afiche de “Geniol”. Créame que la base es esa, y sin embargo Jon Vitti (guionista de Los Simpsons, por ejemplo) se las arregló para inventar, explicar y justificar cinematográficamente éste fenómeno a partir de sentarse frente al teclado e imaginar qué hay detrás de ese ceño fruncido y de pocos amigos que ya es característico de nuestros tiempos.
Así nos presenta a Red (Jason Sudeikis, doblado por Adrián Uribe), un pájaro rojo con un carácter nefasto. Todo le molesta: tránsito, clima, los conciudadanos, las reglas, las leyes. Una radiografía del habitante neurótico promedio en las grandes ciudades. Merced a un exabrupto, Red es rechazado por la sociedad y condenado por un juez a realizar sesiones de “control de ira”. Allí conocerá a Chuck (Josh Gad, doblado por Faisy Omar), un canario ultra nervioso y acelerado, Bomb (Danny McBride, doblado por Rubén Cerda), un pájaro negro con problemas de autoestima que de vez en cuando estalla, Terenece (Sean Penn, doblado por nadie porque sólo emite balbuceos guturales. Sería como querer doblar el sonido de un terremoto), y a la coordinadora de todo, Matilda (Maya Rudolph, doblada por Luz María Zetina).
Hay momentos desopilantes en esta sesiones que sirven como transición para el punto de giro de la historia dado por la llegada de un barco lleno de chanchos verdes, que llegan a la isla para “hipnotizar” a los pájaros con fiesta y alegría mientras, por otro lado, se roban los huevos de los nidos para llevárselos a su isla y disponer culinariamente de ellos. Red, por supuesto, tendrá la oportunidad de salvar el día, aunque, claro, al principio tiene a todo el mundo en contra.
El espectador verá una muestra homeopática de la impronta de éste estreno en una introducción que lo incluye todo. Vértigo, un 3D exagerado, velocidad, chistes ácidos a lo Seth McFarlane (sin la parte escatológica) y sobre todo humor físico que remite un poco a Los Minions, y otro poco a los clásicos cortos de Chuck Jones. Pronto irá asomando el mensaje desde el guión y de la dirección de Clay Kaytis y Jergal Reilly, más allá del consabido merecimiento de una segunda oportunidad. Tiene que ver con la integración social a partir del propio reconocimiento de los errores, cosa que da lugar a la apertura emocional del resto. Si se quiere, una interesante mirada que pone a estos personajes en un lugar muy distinto del asignado por sus creadores originales con ese furioso rictus facial.
Desde ese lugar, y por supuesto por una animación con mucho humor en clave de aventura, “Angry Birds: la película” se instala como un producto estacional que funciona para ésta generación, y seguramente alguna venidera, porque se sabe lo que sucede en Hollywood cuando la cosa funciona: se hacen muchas más.