Angry Birds

Crítica de Federico Bruno - Fancinema

PAJARITOS BRAVOS

La fauna que converge en Angry birds, pese a quien le pese, garpa muchísimo. En poco tiempo -existen desde 2009- se convirtieron en una marca que mantuvo como bastión principal un videojuego destinado a dispositivos de pantalla táctil, supo entrelazarse con megaproducciones como Transformers o Star Wars sin perder la fácil jugabilidad aún la heterogeneidad de personajes y escenarios. Ni siquiera el vínculo con una filtración de Snowden menguó su crecimiento exponencial. Y llegó la película, interesante apuesta que a priori tuvo como desafío principal justificar los movimientos de cada animal sin estar manipulado por un desconocido. Había que crearles, sí o sí, una historia. Los que metieron mano fueron Clay Kaytis y Fergal Reilly en la dirección que, gracias al soberbio trabajo de edición y algunas voces de celebridades, vinieron para confirmar que vamos a tener a estos bichos por muchísimo tiempo.

Como si fuese obra de un arquitecto loco, absolutamente todas las edificaciones están pensadas para volar por los aires, de eso se trata. Aclaremos, no hace falta haberlo jugado antes para entender nada de esto. Va desde lo naif hasta lo más complejo, la crítica a la colonización de los cerdos en la isla de los pájaros está desarrollada con la misma tenacidad de obras como El sueño del celta, de Vargas Llosa. Es interesante cómo una película “para chicos” está plagada de chistes y homenajes “para grandes”; no sé si sea conspirativo o se trate del modo Pixar de ver la vida, pero la toma cenital de una centena de cerdos verdes en un habitáculo me hizo pensar en un parentesco lejano con los marcianos de Toy Story. Hay cierta herencia iconográfica.

El tema de esta historia es el trabajo en equipo y la solidaridad. Las aves deberán rescatar unos huevos robados y al no saber volar deberán rebuscársela con unos extraños objetos olvidados por los cerdos (sus espejitos de colores). El guionista Jon Vitti -también responsable de 25 episodios de Los Simpson- es el cerebro del proyecto, los chistes son inteligentes y vienen disparados con la dinámica del juego, cuando estás doblado de risa te aplica el tiro de gracia.

La esposa de unos de los directores es argentina -produjo, ente otras cosas, la flamante Zootopia- y a modo de chiste interno entre los realizadores, cuando comienza la película vemos a nuestro antihéroe Red (voz de Jason Sudeikis) patear un pájaro que en su parábola termina convirtiéndose en un objeto esférico con los colores de la bandera albiceleste. ¡Estén atentos! El trío de justicieros se completa con el veloz Chuck (Josh Gad), y el impredecible Bomb (Danny McBride).

Las referencias musicales son variadísimas, desde Black Sabbath a Limp Bizkit en un pestañeo. También sobrevive en esta apuesta visual novedosa cierta nostalgia del pasado, por ejemplo, el personaje del Aguila (Peter Dinklage) muestra en la cúspide de una montaña parte de sus tesoros y divisamos un disco de oro por la canción Hotel California. La visión de la justicia es igual de incrédula que la contemplada por la burocracia y el control de la ira, a los pájaros enojados se los envía a un retiro espiritual o un curso al estilo de El arte de vivir.

La infinidad de gags y el 3D revisten una historia que tiene la frescura de algo nuevo pero deja el sabor de un clásico, la historia de Red podría ser la de Pedro y el Lobo. Las unidades narrativas están ensambladas como si fuese la correlación de los niveles del juego y el relato no tiene fisuras. El ritmo es frenético pero sabe bajar los cambios a tiempo para terminar con los golpes certeros de emoción. Quédense hasta al final.